Abril nos abrió su extensa carta de colores. Los verdes de las plantas: verde-bosque, verde-menta, verde-olivo, verde-esmeralda, verde-musgo…. y, como olvidar el verdemar de los días ventosos.
Los marrones y ocres de la tierra.
Los rojos, amarillos, violetas….. de las flores.
Y, los azules del cielo y del mar, que se funden en lontananza.
Abril hizo su presentación majestuosa, ofreciéndonos sus mejores galas. Sólo le faltó llegar con aguas mil, pero los Acantilados, aún faltos de tan preciado elemento, no pusieron mal gesto; esbozaron una agradable sonrisa, ante la llegada de “flores mil”.
Cada rincón de los Acantilados se fue llenando de florecillas, que llevaban tiempo esperando el mágico momento de desperezarse. Se habían quedado adormiladas esperando mejor momento para deleitarnos con sus coloridos tonos.
No muy lejos del tronco del viejo olivo, emergía, como por arte de magia, esa lengua irreverente de la serapia. Encaramada en el talud del sendero, el candil, nos mostraba todo su esplendoroso trombón colorista.
Rodeado de flores no menos bellas, el jacinto bastardo ( que nombre menos apropiado para una flor, que toma nombre de un hermoso amante, nada menos que del dios Apolo) nos deja entrever sus hermosas campánulas entreabiertas.
Erguida y altiva, sobresaliendo en el claro, entre las piedras, la ophrys apífera nos muestra su rostro de duende sátiro, que ha salido a tomar el cálido sol de la tarde.
El trébol amarillo aparecía cual flor contrahecha entre tallos y ramas de lathyrus: clymenun, sylvestris, cicera……
Hípsteres alados, revoloteaban por los prados cual abejas libadoras. Bocas lujuriosas de polen nos sacan la lengua en actitud burlesca y provocativa.
¡Han sido tantas sensaciones! Las sendas, las laderas, los bosquecillos, los caminos……. se han visto frecuentados de multicolores florecillas.
Muy difícil lo tendrá mayo, si quiere arrebatarle a su predecesor tan magnífico honor.
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