El Taró














Cuando éramos pequeños, en todos los espectáculos de magia, el mago al hacer aparecer o desaparecer a una persona en sus números, precedía dichos números con una explosión que producía una niebla, tras la cual, casi siempre aparecía o desaparecía una linda muchacha. Nuestros ojos querían salirse de sus órbitas, no dando crédito a tan mágico momento. La Naturaleza también cuenta con sus efectos mágicos. No lo hace de forma tan diligente, lo hace sosegadamente, pero con un amplio repertorio de técnicas: vientos, lluvias, arcos iris, nubes, ….. 

El Taró, es uno de esos efectos. Lo maravilloso del lenguaje tan rico que tenemos, y que se va perdiendo con la mal llamada y entendida globalidad, hace que la gente de la mar distinga hasta dos modalidades de Taró. El Taró como tal, cuando es una niebla muy densa y no nos deja ver nada; y la Fosquina cuando esa niebla que va apareciendo deja ver los contornos del paisaje y de las figuras. Con un nombre u otro, es la niebla que por arte de magia cambia de forma sorprendente, el paisaje de nuestras costas. Es la niebla que echa a volar nuestra imaginación. 

En la lejanía lo vemos avanzar lentamente como esa magia de la que pensamos que saldrá otro mundo maravilloso, aún más maravilloso del que estamos contemplando. Quedamos absortos viéndolo acercarse. El paisaje va tomando un cariz de irreal. En verano, nos llega como ese soplo fresco que nos atempera la canícula del ambiente. En invierno, potencia aún más ese ambiente frío. Pero sea cual sea la época, su visión es mágica. Todo se va transformando. Las casas que cuelgan de los acantilados toman aún un cariz más irreal. ¿Estaba esa palmera ahí, o ha sido el Taró quien nos ha traído esa visión? ¿Esa cúpula no da la impresión de que se abre para comunicarse con los seres irreales que van apareciendo? Hasta el paisaje casi desértico que nos muestran los Acantilados, han cambiado de tono, nos da la sensación que acaba de caer esa lluvia tan necesaria.

De pronto surcando el mar aparece ese velero que se nos presenta como un espejismo. Nos preguntamos quiénes serán esos tripulante tan atrevidos que surcan este mar que se ha vuelto tan tenebroso. ¿No serán los espectros de esos navegantes que naufragaron, y que aprovechan esta niebla para volver a surcar sus aguas sin ser reconocidos como lo que son, espíritus de seres que se niegan a descansar eternamente? Cualquier ilusión va tomando un viso de realidad. Todo se vuelve fantasmal, hasta las cabras se van asomando a contemplar el espectáculo. Van cogiendo los lugares más privilegiados para no perder detalle de lo que está sucediendo. Su sorpresa es tan grande como la nuestra.
El Taró por un momento nos ha hecho seres imaginativos, transformadores de la realidad. ¡Cuántos momentos de Taró necesitamos para poder sobrellevar nuestra realidad!

Así que osado caminante que te has adentrado por estos parajes y has tenido la oportunidad de coincidir con un día de Taró, ¡que tu imaginación vuele como lo ha hecho la nuestra!


 

Bufalaga marina (Thymelaea hirsuta)














Nos encontramos ante una de esas plantas tan desconocida como importante antaño, al ser utilizada para un sinfín de remedios y usos. Al igual que otras plantas mucho más conocidas: manzanilla, salvia, tomillo…. la bufalaga ha sido aprovechada desde sus raíces hasta sus hojas. Pocos serán los que tengan conocimiento de esta planta y de su aprovechamiento, aunque actualmente parece que ya se están fijando en esta planta al atribuírsele a sus extractos una actividad antitumor, antioxidante y antimicrobiana. ¿ Será su renacer como planta importante, o su desaparición por su sobreexplotación? En este mundo donde todo se mide por su rendimiento económico, todo puede suceder.

Como buena planta mediterránea, está acostumbrada a maximizar el poco agua que le brinda el medio donde vive y toda la luz que le aporta el sol en esta parte del planeta; y  nos lo agradece mostrándonos sus tonos verdes durante todo el año,; teniendo además la singularidad de florecer durante los meses de invierno, por lo que le devuelve a la naturaleza lo que recibe de ella, en forma de néctar de sus flores aportando ese alimento tan necesarios a los insectos circundantes, en una época precisamente de escasez.

En nuestros Acantilados se puede observar en una pequeña franja costera, muy cercana al mar, aunque también es posible ver ejemplares algo alejados. No es una planta muy abundante por estos parajes, debido quizás a que nuestros Acantilados contaban con muchas caleras dispersar por todo su entorno, y las caleras necesitaban mucho combustible para la producción de cal, y una de las utilidades de la madera de la bufalaga era para leña de los hornos. 
Los ejemplares cercanos al mar, parecen atrapar la sal del mar entre sus hojas, por lo que es curioso observar plantas recubiertas de sal; pareciendo como si la planta supiera de la importancia que la sal ha tenido para conservarlos alimentos, y ella quisiera aprovecharse de esa propiedad, en un medio tan hostil.

Así, que audaz caminante que te adentras por todos los rincones de estos pequeños Acantilados, quizás te tropieces con una planta algo singular de numerosos nombres: boja marina, bufalaga marina, palmera, pala marina, boalaga,…….. no te trastornes ante su presencia, sólo ten presente que cualquier planta por insignificante que te parezca, tuvo momentos de mayor esplendor, aunque a ti te parezca un simple matojo.

Herrerillo capuchino (Lophophanes cristatus)















Esta criatura, que sobrevuela los pinares de los Acantilados, no pertenece ni tiene relación alguna con ninguna congregación monástica, a pesar de su apellido “capuchino”; aunque su austeridad de colores, autonomía, fraternidad en la que vive y la capucha tan característica de su cabeza, bien podrían ser los pilares de cualquier orden franciscana. No comparte monasterio, pero sí hábitat con su pariente el herrerillo común mucho más vistoso y llamativo. Su apellido “capuchino “ pesa mucho a la hora de la discreción con que nuestro protagonista se desenvuelve entre los pinos; pues cuando paseamos, podemos identificar claramente al bullicioso carbonero, al estridente garrapinos, al inquieto agateador, pero nos costará más identificar al herrerillo capuchino. Sus tonos más discretos, su inquietante saltar de una ramilla a otra, hace que su identificación nos resulte mucho más difícil.

Necesitamos de un oído experto en sintonías pajariles para discernir si el canto que escuchamos, es el de nuestro protagonista, pues será la clave para una primera visión. Después será la percepción de esas plumas erizadas sobre su cabeza la que nos confirmará, ya sin ningún lugar a dudas, que el pajarillo que tenemos cerca es el “capuchino”. Pero lo que más nos sorprenderá de su visión, será su iris parduzco que con la luz solar se vuelve de un tono rojizo. Este detalle es complicado de verlo al natural, suele contemplarse con más claridad en las fotografías realizadas. ¡La magia de la escritura con la luz!

No es un ave muy abundante por los pinares de los Acantilados, pero su presencia se hace notar por zonas de pinos muy concretas. Tampoco frecuenta los puntos de agua durante las horas más tórridas, aunque si somos constantes podemos contemplar su entrada para saciar esa sed tan presente en todas las especies que deambulan por estos lares. Las imágenes que podéis contemplar son frutos de varios años acumulando encuentros con esta avecilla; unos, encuentros casuales, otros más planificados para poder presentar con todo su esplendor tan desconocida ave. No han sido muchos más los momentos en los que se ha dejado de ver. Su canto lo hemos escuchado más de los que su visión nos ha permitido.

Experto caminante que te adentras por los intrincados senderos de los pinares de los Acantilados, quizás en algún tramo de la senda, resuenen en tus oídos notas musicales que te trasladen en lo más profundo de tu ser, a un mundo conventual; que la magia del momento no te haga seguir por ese camino monacal, sencillamente son las notas de un simple “capuchino” que alguna maligna sirena te hace llegar como melodías gregorianas.