Jacinto bastardo (Dipcadi serotinum)













Inaudito llamarle “bastardo” a este jacinto. Nada más inapropiado y lejos de la realidad, utilizar este calificativo para tan distinguida belleza. Esta flor tiene muy claro cuales son sus raíces (no podría ser de otra manera, estamos hablando de una planta), para que nadie ponga en duda su procedencia. ¡Nada más y nada menos que de la estirpe de las “liliáceas”! 

Eso le hace que esté emparentada, con flores de alto linaje, como son tulipanes y azucenas. ¡Encumbrado abolengo, para que entre sus miembros se encuentre un bastardo! ¡Jamás ocurrió tal cosa en la alta alcurnia, aunque sea floral!
Esta flor discreta, con sus tonos apagados que tolera tan bien las épocas de sequía; que espera bajo tierra en forma de bulbo, el momento propicio para mostrarnos toda su esplendor, se siente ruborizada ante tal calificativo.

Su belleza y rareza, comparada a la del ser mitológico del que toma nombre, hace que se rebele contra quienes sin una pizca de sensibilidad, no se pararon a pensar que llamarle bastarda a una flor, quebranta todos los preceptos de la delicadeza.
¡Recaerán sobre sus hombros toda la cólera de Flora, Blodeuwedd,  Xoquiquetzatl, Hathor, Konohanasakuya-hime y de Pu-Tza ante tal ultraje!

Toda consideración es poca, con esta flor rosada, que nos alegra con su presencia nuestro deambular por los Acantilados.


¡ y en el alma azul celeste
brota un jacinto rosado !

José Martí


 

La collalba negra (Oenanthe leucura)













Esta Oenanthe leucura, es la que más momentos de satisfacción me está dando últimamente en los Acantilados. Después de realizar sus tareas cotidianas, quién sabe por qué rincones de los Acantilados; acude casi con puntualidad milimétrica, a su visita de cortesía. Unas veces sola, otra acompañada de su pareja, realizan sus vuelos acrobáticos a mi alrededor. ¡Pero sin muchas confianzas!

Como desconozco el lenguaje “oenanthico”, me parece que más de una vez, he cortado de raiz una discusión de pareja, o lo que me parece más grave aún: ¡alguna escena algo más íntima!
Por que la verdad sea dicha, ellas no me esperan casi nunca; se tropiezan casi de bruces con mi silueta abstracta; metamorfoseado entre persona y ojo grandioso y alargado de Polifemo. ¿Cómo me verán realmente adherido al objetivo de la cámara?

Se posan escrutadoras en la piedra de enfrente, y como buscando al intruso ése que tan pesado es; no paran de moverse hasta encontrarme. 
¿Pero para qué tanta insistencia en buscarme? 
Si a continuación salen que se las llevan los demonios.
Su relación es como la del bebé, al que le desagrada o asusta una cara, y no deja de mirarla, una y otra vez, mientras llora desconsoladamente por el miedo que le produce.

Hoy he sentido una gran placer. Me han presentado a su retoño. ¡Eso pienso yo! Quizás sólo se trate de una lección acerca de la supervivencia, y les estén mostrando el lugar y el animal, al que no tiene que acercarse. Éste, como todo joven, se muestra acaparador y manipulador. No para de chillar y de exigir alimento.  Los adultos van acusando el cansancio, de dar tantas vueltas en busca de alimento; pues el retoño, tiene cuerpo y hechuras de poder buscarse el sustento por su cuenta.
¡Pero estos son problemas de familia! ¡Para qué me voy a meter! Si además no me da tiempo ni de despegar el ojo del objetivo, cuando han salido los tres huyendo. 
¡Pues imaginaros, si tengo que abrir la boca y darles mi opinión.!

Los veo felices y muy bien adaptados a los Acantilados, y me llena de “orgullo” y “satisfacción”, haberlos tenido durante estos días como modelos.


 

Abril














Abril nos abrió su extensa carta de colores. Los verdes de las plantas: verde-bosque, verde-menta, verde-olivo, verde-esmeralda, verde-musgo…. y, como olvidar el verdemar de los días ventosos. 

Los marrones y ocres de la tierra.

Los rojos, amarillos, violetas….. de las flores.

Y, los azules del cielo y del mar, que se funden en lontananza.

Abril hizo su presentación majestuosa, ofreciéndonos sus mejores galas. Sólo le faltó llegar con aguas mil, pero los Acantilados, aún faltos de tan preciado elemento, no pusieron mal gesto; esbozaron una agradable sonrisa, ante la llegada de “flores mil”.

Cada rincón de los Acantilados se fue llenando de florecillas, que llevaban tiempo esperando el mágico momento de desperezarse. Se habían quedado adormiladas esperando mejor momento para deleitarnos con sus coloridos tonos. 

No muy lejos del tronco del viejo olivo, emergía, como por arte de magia, esa lengua irreverente de la serapia. Encaramada en el talud del sendero, el candil, nos mostraba todo su esplendoroso trombón colorista. 

Rodeado de flores no menos bellas, el jacinto bastardo ( que nombre menos apropiado para una flor, que toma nombre de un hermoso amante, nada menos que del dios Apolo) nos deja entrever sus hermosas campánulas entreabiertas. 

Erguida y altiva, sobresaliendo en el claro, entre las piedras, la ophrys apífera nos muestra su rostro de duende sátiro, que ha salido a tomar el cálido sol de la tarde. 

El trébol amarillo aparecía cual flor contrahecha entre tallos y ramas de lathyrus: clymenun, sylvestris, cicera…… 

Hípsteres alados, revoloteaban por los prados cual abejas libadoras. Bocas lujuriosas de polen nos sacan la lengua en actitud burlesca y provocativa. 

¡Han sido tantas sensaciones! Las sendas, las laderas, los bosquecillos, los caminos……. se han visto frecuentados de multicolores florecillas.

Muy difícil lo tendrá mayo, si quiere arrebatarle a su predecesor tan magnífico honor.