Jinebro (Juniperus communis)













Este arbusto de la familia “Cupressaceae”, primo por lo tanto de cipreses y sequoias, tiene su espacio también en nuestros Acantilados. 

Desde un punto de vista de tamaño, nuestro jinebro es de porte más bien bajo por tratarse de un arbusto, aunque pueden observarse, escondidos entre pinares, ejemplares con porte arbóreo. 
Le gusta las laderas noroeste de los Acantilados; aquellas laderas, que retienen más la humedad y donde el sol realiza leves visitas para descansar.
No es un arbusto de llamativas hojas, sus pequeñas hojas puntiagudas, presentan una línea blanca en el centro, y están agrupadas de tres en tres.
Tampoco sus frutos son de llamar la atención; redondos, del tamaño de un guisante, al principio son verdosos pero a medida que van madurando se van volviendo morados-verdosos para acabar con un tono azulado.
Sus frutos, son muy olorosos; utilizados para la elaboración de la ginebra; como habréis podido deducir, del título del artículo. 
¡Qué pocos saben de esta paternidad del jinebro!
Se cree que fueron los holandeses quienes fueron los primeros en elaborarla. Aunque se lo agradecemos, porque a pesar de que tenemos una marca de ginebra de fama mundial; mantenemos esa envidia, nada sana, de no haber sido nosotros los primeros descubridores de tan consumida y venerada bebida. 
Arbusto de abundantes propiedades, y alguna que otra contraindicación, a duras penas, como las demás especies, subsiste en tan difícil medio.
Las calores y sequías constantes están haciendo estrago en la población de este arbusto, que se agarra a la humedad cercana del mar para perpetuarse.  Pequeñas manchas o ejemplares solitarios de enebro, se esparcen por los rincones de los Acantilados.
Caminante, en tus paseos por estos frágiles Acantilados, piensa en cuantos gin tonic, te habrás bebido, sin saber que esa ginebra tan exclusiva y elitista que has pedido en un bar de copas, se debe gracias a este humilde jinebro.


 

Rhizostoma Lutea











Foto realizada desde kayak por José Navarta


Foto realizada desde kayak por José Navarta


Foto realizada desde kayak por José Navarta

“La Rhizostoma luteum es una especie de cnidario escifozoo de la familia Rhizostomatidae. Fue descrita en 1827 por los franceses Quoy y Gaimard. Es conocida porque puede llegar a pesar 40 kg.
Desde su descubrimiento solo ha sido mencionada en la literatura ciéntifica seis veces debido a que hasta la fecha no se tenían ni fotografías ni dibujos. Hasta tal extremo llegó, que algunos investigadores incluso ponían en duda su existencia o pensaban que podía tratarse de una variedad o subespecie.
Finalmente, en el verano de 2012 fueron observados unos 50 ejemplares en la costa española del mediterráneo, demostrando así definitivamente su existencia.” (Wikipedia).

Esta breve reseña de la Wikipedia, es todo lo que sabemos hasta ahora de este ser, que parecía vivir en la mente de estos dos zoologos franceses; pero que, salvada tan larga timidez, lleva haciendo acto de presencia en las playas de nuestros Acantilados, durante los dos últimos años (que tengamos constancia fotográfica).

Nada sabíamos de este ser. Para nuestras cortas entendederas formaba parte de la legión de medusas que estaban inundando nuestro litoral los últimos veranos; pero su extraordinaria figura, así como sus extensos y robustos tentáculos, nos delataba que nos encontrábamos ante una medusa, fuera de lo común. 

La Rhizostoma Lutea se aproxima a la orilla parsimoniosamente, movida por el vaiven de las olas que la dirigen hacia un lado y otro de la cala. Extiende sus largos y anchos tentáculos, que escrutan todo cuanto se encuentra, evocando recuerdos, después de tan largo intervalo, alejada de las miradas de quienes pusieron en peligro su existencia, o tal vez, provocaron tan dilatado letargo. No hay parte alguna de la superficie que escape a su curiosidad, cerciorándose de lo mucho que ha cambiado éste, y todo  el litoral mediterráneo, desde su avistamiento por los zoólogos galos, allá por 1800. Rápidamente es rodeada por una pléyade de peces que la siguen y acosan; algunos se acercan, como intentando sacarle alguna tajada a tan robusto ser. 

La Rhizostoma impasible a tan numeroso cortejo continua su deambular, rodeando toda la cala; hasta que impulsándose lentamente se vuelve a dirigir hacia mar abierto, donde vuelve a quedar fuera del alcance de miradas indiscretas. ¡Quién sabe por cuánto tiempo más!
Hasta el momento, septiembre de 2016, es fiel a su visita. Nosotros igualmente estamos expectantes a su aparición, que inunda de distinción, con su presencia, nuestros Acantilados.


Nota: Cualquier avistamiento que se realice de esta especie se debería comunicar al Instituto Oceanográfico Español.

El celo en los tiempos del coronavirus













 El celo de la cabra en Los Acantilados es la época que más concurrencia congrega por estos parajes. No hay un mayor concurrencia en número de visitantes, pero sí, en cuanto a la diversidad de los mismos: fuerzas de seguridad, senderistas, fotógrafos, furtivos, …..


La visión de los vigorosos machos atrae a una heterogénea población que recorre los Acantilados con las más diversas pluralidad de intenciones. 

Este año, al celo se ha unido la situación tan excepcional que estamos viviendo. Hemos asistido de forma intermitente y fragmentada a la contemplación de tan importante acontecimiento, perdiendo la continuidad del mismo.

Los periodos en los que no podíamos visitar los Acantilados, los vivíamos con una cierta intranquilidad por si volveríamos a ver los ejemplares divisados en los primeros momentos; y en las fases, en las que los hemos podido visitar, nos ha tocado vigilar ciertos ejemplares que estaban, nunca mejor dicho, en el punto de mira de ciertos personajes.

Como era de prever los ejemplares más espectaculares, han tenido sus días contados; y a pesar de los esfuerzos realizados, hemos podido descubrir los cuerpos mutilados junto a las carreteras que recorren estos parajes.

Como consecuencia de estos actos funestos, el celo se ha dividido en dos partes bien diferenciadas: una primera, donde los ejemplares más fuertes han llevado el peso del celo, pero sin llegar a verse esas grandes luchas que se veían años posteriores, debido al número tan escaso de estos ejemplares que quedan de un año para otro; y, una segunda parte, donde los ejemplares mas jóvenes han tenido sus oportunidades de transmitir los genes a las generaciones venideras.
Si se continúa con esta dinámica de no proteger concienzudamente a la cabra en esta época, la especie corre el peligro de ir degenerando debido a que los genes que se están transmitiendo no son los de los ejemplares más activos y robustos.  Si a esto le unimos, la superpoblación de la cabra en un medio, donde las condiciones de alimentación no son las más idóneas para el crecimiento sano, de los ejemplares restantes; será un buen caldo de cultivo para la propagación de todo tipo de enfermedades, en un lugar cada vez más masificado de visitantes en cualquier época del año. 
¿Y eso del contagio de un virus de un animal a un ser humano, dónde lo he escuchado anteriormente………………???