El colirrojo tizón: “colita rubia” ( Phoenicurus gibraltariensis)













Es de los pájaros más activos y abundantes de estos Acantilados. 

No es una especie rara ni llamativa, que se acerca por estas latitudes a invernar ni veranear.  Es de los fijos, teniendo en estos parajes, su residencia durante todo el año. Es natural de estos Acantilados. 

No es de las aves que los ornitólogos ni fotógrafos vienen expresamente a observarlos, ni a captarlos con sus cámaras, para llevarse esa instantánea única, de una especie fuera de lo común, que poder subir a las webs de naturaleza del espacio cibernético, para ser reconocida por toda la comunidad fotográfica.
Es tan común, que suele ser, ese otro “pajarillo” (passeriforme) que anda por ahí. Es un pajarillo más, que para todos los comunes mortales que pisan estos Acantilados, forma parte del gran grupo vulgar de los “gorriones”. 

Para los cazadores de la zona se le conoce como “colita rubia”,  y era de los que también engrosaban, el listado de víctimas de nuestras “trampas” y escopetas de perdigones (balines para sectores más cultos).

Tiene un canto sonoro y audible, que llena las laderas y monte bajo de los Acantilados; dando una nota de alegría, vida y diversidad a todo el entorno. Aparece en los momentos en que los Acantilados viven esos instantes de calma donde no se mueve nada; esos instantes de absoluta inactividad, donde parece que todos los seres vivos han sido tragados por la tierra; y son, en esas ocasiones donde por arte de magia, con su volar grácil, aparece el colita rubia, para hacernos saber que ellos también son parte importante de la avifauna de estos Acantilados, y que sobre todo, no son “gorriones”.


 

La caseta de carabineros













La humedad entraba por las tres troneras realizadas en la pequeña caseta de vigilancia del Peñón del Fraile. Se habían abierto estratégicamente en las tres paredes orientadas hacia el este, oeste y norte. La tronera orientada al este siempre estaba abierta, daba ésta a las Doncellas, donde habitualmente se producía el jaleo más importante.

La pequeña puerta, ésta sí orientada al sur, ayudaba aún más, con su desvencijado cierre, a la entrada de ese airecillo que se te iba metiendo poco a poco hasta los huesos.
Todo era minúsculo en la pequeña estancia que conformaba la caseta de vigilancia. Los tres guardias que conformaban el turno de vigilancia, a duras penas podían moverse, ni siquiera estirarse en los escasos tres metros cuadrados del cuartucho.

Fulgencio no debería haber realizado el turno de vigilancia de aquella noche. Había estado en el turno de la mañana, en el desalojo del Acebuchal; dentro de la nueva táctica empleada, de cortar el abastecimiento  de la Agrupación Roberto, tan operativa en la Almijara. Pero una indisposición de su amigo “Inés”, y los pocos efectivos del cuartel en esos momentos, le hizo ofrecerse voluntario para la vigilancia en el Fraile.
Era Fulgencio un guardia tenido en gran estima por sus compañeros; siempre atento en ayudar a los nuevos que se incorporaban y hacerle más llevaderos sus servicios por la agreste Almijara en persecución del maquis. Gran conocedor del terreno, no faltaba sus consejos sobre como cubrirse en las refriegas más duras; ni en advertir donde estaban los puntos más peligrosos en sus actuaciones por la sierra. Más de un guardia le debía seguir aún vivo a tan oportunos y sabios consejos.
Tampoco escatimaba en cambiar el turno a los que por sus cargas familiares, les surgía algún problema que les impedía realizar el servicio asignado.

Aquella noche todo transcurría con absoluta normalidad. La llamada normalidad del Fraile: noche cerrada completamente; aire frío y húmedo que te entraba hasta el tuétano; sonido adormecedor de las olas que iban a morir en los chinorros de las Doncella; y, sobre todo, silencio absoluto.
La conversación más animada versaba sobre el Acebuchal. Las ventajas e inconvenientes de continuar habitado tan estratégico caserío;  de que en toda toma de decisión, pagan justos por pecadores; y de cómo el desalojo, influía en la seguridad de sus actuaciones por la zona. 
De repente un sonido muy familiar para los tres, fuerte y seco, retumbó por los Acantilados. Los dos guardia levantándose ágil y rápidamente, pegaron sus cabezas junto a la de Fulgencio para mirar por la tronera de las Doncellas, en busca de algún indicio que les indicara de dónde provenía el disparo.
No observaron señal ni luz que les mostraran movimiento alguno en la playa o en sus alrededores. Sólo cuando comenzaron a comentar el suceso, y despegaron sus cabezas, advirtieron que Fulgencio apoyaba la suya contra la pared de la garita. 

Su cuerpo inerte, dentro de la estancia,  reflejaba toda la tragedia de tan inesperado suceso.


 

Macaón (Papilio machaon)















La contemplación de cualquier mariposa nos deja siempre hechizados. Su vuelo desplegando sus coloridas alas hace que sigamos su ondulante movimiento ensimismados; pero si además, nos da la posibilidad de contemplarla cuando se posa sobre alguna flor, la visión llega a ser algunas veces sublime.
Es tanta la belleza que atesoran algunas especies que los zoos cuentan ya con su propio mariposario, donde podemos observar una amplia diversidad de tan bellos lepidópteros.

Nuestros pequeños Acantilados, cuentan también con su pequeño mariposario. Éste se encuentra a cielo abierto. Por doquier, podemos observar el vuelo de estos insectos; pero,  sobre todos ellos, destaca nuestra protagonista, la Macaón, también conocida como “mariposa rey” y “mariposa cola de golondrina”.

Según la mitología griega, Macaón (Dios de la medicina y la curación) tenía el don, que había recibido de su padre, de curar las heridas, incluso hasta las más graves. Nuestra particular Macaón recibe su nombre de tan distinguido dios. Ha mantenido ese don de curar; pero, no nos curas nuestras heridas físicas, nos cura las heridas del alma cuando la contemplamos; pues, es tal su belleza, que cualquier atisbo de dolencia interna, desaparece con sólo su observación. 
Está considera como una de las mariposas más bellas de la Península, e incluso, algunos la consideran, como una de las más bella de Europa. Quizás sea la especie más fácil de identificar en vuelo; pero no de las más habituales por estos Acantilados. Suele verse por los lugares donde los hinojos tienen acto de presencia; tanto el hinojo común como el marino. Su colorido y su bella cola son inconfundibles cuando la vemos volar. El cuerpo totalmente amarillo, adornado con las distintas líneas negras que van dibujando todas sus alas y los tonos azules y manchas rojas de sus alas posteriores, la hace peculiar.

Hay cuarenta y una subespecies reconocidas, que no son pocas. Por lo que osado caminante, a ti te dejamos la ingente tarea, si te ves con fuerzas, de poder distinguir cual es la subespecie que osa revolotear por estos Acantilados. Nosotros intentaremos ayudarte.