Fiducia: "confianza"











Foto cedida por Ramón Orza

















 Recientemente se ha realizado una operación contra la caza ilegal de jabalíes y cabras monteses, en una zona cercana a los Acantilados. Caza que, los que llevamos ya varios años moviéndonos por estos parajes, sabíamos casi con toda certeza, que esa práctica, no sólo se realizaba en cotos cercanos al Paraje Natural, si no que también se realizaba dentro del Paraje.

Entre los asiduos, que nos vemos por estos contornos para realizar nuestra actividad favorita, ya comentábamos dicha práctica; y nuestra pregunta más común era: ¿Cuánto hermosos ejemplares volveremos a ver el próximo año?

Después de casi seis años intentando fotografiar todo el ambiente natural de los Acantilados, hemos podido constatar el descenso de los grandes machos de cabra montés. Al principio de empezar dicha práctica, era todo un gozo asistir al celo de la cabra por estos parajes; pues la visión de grandes machos era todo un espectáculo. A medida que pasaban los años el número de ejemplares iba descendiendo considerablemente, hasta llegar a la última época de celo del pasado mes de noviembre de 2020, donde prácticamente los grandes machos no han existido.

Han desaparecido por completo. Los han limpiado concienzudamente. Ya no queda ningún ejemplar digno de poder transmitir sus genes a las generaciones posteriores. 

Las fotos que aparecen en este artículo, son sólo una muestra correspondiente a ejemplares que se dejaron de ver desde noviembre de 2016 hasta la actualidad, mayo de 2021. La relación es más amplia.

Esperemos que esta operación sirva para que a partir de ahora los Acantilados vuelvan a recuperar el deambular de ejemplares fuertes y sanos por su entorno; y los Acantilados vuelvan a la normalidad y tranquilidad que un paraje tan hermoso como éste se merece.


 

Martín: ave con nombre propio (Alcedo atthis)













  Este ave con nombre propio, Martín (aquel que está consagrado a Marte), tiene una de las playas más encantadoras de los Acantilados, como lugar de descanso y aprovisionamiento. Al igual que el ser humano, se ha adueñado de algunos lugares privilegiados para su actividad cinegética, el Martín ha hecho lo mismo con una pequeña playa de los Acantilados. Pero sólo lo hace de  forma temporal. El lapso que necesita para tomar fuerza y poder cruzar con éxito el mar que se le abre ante sus ojos.

Tiene por costumbre, casi rayando en lo paranoico, de elegir un pino cercano al agua desde el que divisar sus presas, y como misil de última generación, lanzarse certeramente sobre sus pequeñas presas.

El Martín es un ave que te deja embelesado en su contemplación. Sus tonos azules y verdes metálicos son una señal que se divisa a cientos de metros. Su pecho naranja resalta sobre las ramas y las acículas de los pinos, o de cualquier roca sobre la que está posado; y su pico robusto y extremadamente grande para su cuerpo, nos está diciendo que estamos ante un ave fuera de lo común.

Hemos asociado al Martín con cauces de agua dulce: ríos, lagunas, charcas…. Pero nuestro protagonista, ha ido más allá, y toda extensión de agua dulce se le ha quedado pequeña comparada con la inmensidad del mar. El mar si es fuente de alimentación para miles de millones de seres humanos, cómo no va a poder ser despensa para esta pequeña pero fabulosa ave. 

Su vuelo rápido lo llevará desde las rocas hasta su rama preferida, o si,  ha sido molestado, le servirá para huir presurosamente hacia posaderos más lejanos. Sus zambullidas son tan rápidas como su vuelo. 

Tiene un constante ir y venir entre la rama del pino, que le sirve de atalaya y el mar. Pero si el día está plácido y no ha sido muy importunado, le gusta bajar hasta las rocas más cercana al agua, desde las que sentir de cerca, la frescura del mar, y divisar desde tan privilegiado lugar, sus potenciales presas.

Allí pasará todo el tiempo necesario concentrado en la contemplación de su próxima presa, o  extasiado por el horizonte que se le abre ante sus diminutos, pero excelentes ojos.

La afluencia constante de personas a la playa elegida por nuestro protagonista, hace que no podamos verlo, todo el tiempo que su belleza requiere; pero sólo su contemplación fugaz, sumergiéndose en el mar, y su posterior salida con el pececillo en el pico, nos compensa todo el tiempo de espera y su efímera contemplación.


Ophrys















 Hay que buscarlas concienzudamente, pues no tienen el tamaño de las que estamos acostumbrados a ver en las floristerías; ni tampoco de las que nuestra mente se imaginaba cuando oíamos su nombre. Pero no por ello, si las observamos detalladamente, dejan de tener la belleza que se le presupone a esta especie.

Hasta hace relativamente poco tiempo, a pesar de que ya desde la antigüedad se describían, no han sido conocidas por el gran público. Se han asociado a lugares remotos y exóticos, escondidas en peligrosas e intrincadas selvas.
Ahora cualquier web de fotografía de naturaleza, se llena llegando la primavera, de las distintas especies que florecen a lo largo y ancho de nuestras tierras.
Nuestros Acantilados no podían ser menos, a la hora de ofrecernos tan singulares florecillas; y, como casi todo, lo que de interesante tienen estos Acantilados, estas minúsculas orquídeas pasan desapercibidas para la ingente cantidad de personajes que recorren sus laderas.
Pocos son, los que a paso lento, escudriñando cada palmo del terreno que van pisando, buscan estos pequeños tesoros de la botánica.
Sobre todo, son buscados, para dar constancia a la ciencia, de que por estos parajes también tienen su morada las orquídeas.
No siempre tendremos la fortuna de encontrarnos, con semejantes florecillas. Las lluvias caídas en otoño e invierno, nos darán una idea de lo que la primavera nos brindará. Este año ha sido benevolente y espléndida.  
Hemos disfrutado de su fulgor y del obsequio de su contemplación, con que nos ha honrado esta primavera, mostrándonos tan bellas Ophrys.
Hay que buscarlas concienzudamente, pues no tienen el tamaño de las que estamos acostumbrados a ver en las floristerías; ni tampoco de las que nuestra mente se imaginaba cuando oíamos su nombre. Pero no por ello, si las observamos detalladamente, dejan de tener la belleza que se le presupone a esta especie.
Hasta hace relativamente poco tiempo, a pesar de que ya desde la antigüedad se describían, no han sido conocidas por el gran público. Se han asociado a lugares remotos y exóticos, escondidas en peligrosas e intrincadas selvas.
Ahora cualquier web de fotografía de naturaleza, se llena llegando la primavera, de las distintas especies que florecen a lo largo y ancho de nuestras tierras.
Nuestros Acantilados no podían ser menos, a la hora de ofrecernos tan singulares florecillas; y, como casi todo, lo que de interesante tienen estos Acantilados, estas minúsculas orquídeas pasan desapercibidas para la ingente cantidad de personajes que recorren sus laderas.
Pocos son, los que a paso lento, escudriñando cada palmo del terreno que van pisando, buscan estos pequeños tesoros de la botánica.
Sobre todo, son buscados, para dar constancia a la ciencia, de que por estos parajes también tienen su morada las orquídeas.
No siempre tendremos la fortuna de encontrarnos, con semejantes florecillas. Las lluvias caídas en otoño e invierno, nos darán una idea de lo que la primavera nos brindará. Este año ha sido benevolente y espléndida.  
Hemos disfrutado de su fulgor y del obsequio de su contemplación, con que nos ha honrado esta primavera, mostrándonos tan bellas Ophrys.