La Tierra Prometida















 En una de nuestras primeras entradas del blog aludíamos a la transgresión constante de nuestros Acantilados a lo largo de la Historia, remota y actual. Textualmente decíamos que: “Lo que en otro tiempo, fueron mercancías de aperos, vituallas, equipos; han pasado en la actualidad a mercadear con seres humano que buscan en sus calas inaccesibles, puerto seguro para emprender una nueva travesía en sus vidas”. Una travesía que les lleve a una nueva “Tierra Prometida”.

Estos desembarcos, no son una novedad reciente, se llevan produciendo desde hace décadas, y ahora con el agravamiento de la situación en más países de nuestro entorno y más allá de nuestro entorno, hace que la avalancha de llegadas no haya cesado y los vestigios de esas llegadas sean más evidentes.

“La llegada de en torno a cuarenta pateras y cayucos que transportaban a casi dos millares de personas ha disparado este fin de semana la cifra de inmigrantes acogidos en Canarias, que se había intentado aliviar días atrás con vuelos fletados para trasladar a la península a muchos de los que ya había en las islas.” (El confidencial.com 8-11-2020)

“Agentes de la Policía Nacional han detenido en Málaga a dos hombres senegaleses, de 30 y 18 años, que supuestamente estaban al mando de una embarcación con 46 subsaharianos rescatados este martes por Salvamento Marítimo a 77 millas de la costa de Motril (Granada) y trasladados al puerto de Málaga.” (europapress.es 13-11-2020)

La cabra no es ajena a estos desembarcos clandestinos, ni a este genocidio encubierto que se está produciendo en el mar que también para ella es una frontera. 

 Desde sus distintas atalayas privilegiadas, es espectadora de primera fila, de la llegada de estos otros visitantes fugaces, que utilizan sus playas, sus bosques, sus barrancos…. como vías de entrada y refugio para arribar a tan ansiada Tierra Prometida.

¡Que decepción se llevarán! ¡La Tierra Prometida!

Mientras los incivilizados visitantes patrios y foráneos dejan su impronta, a ojos vistas, por estos Acantilados en forma de desechos de todo tipo de materiales; estos visitantes fugaces, despavoridos, sedientos, hambrientos y calados hasta los huesos, van dejando sus vestigios por los lugares mas recónditos de los Acantilados.

 Alejados de miradas delatoras, se desprenderán de lo poco que traen consigo: su vestimenta.

Arriban a horas intempestivas en las zonas mas peligrosas. Son abandonados a su suerte en lugares de difícil acceso;  y nada más desembarcar, se despojan de sus ropas para dar sensación de ciudadanos normales, cuando lleguen a los cercanos lugares civilizados. 

Como puedan, normalmente andando, intentarán llegar a su Canaán particular.

No se les ve deambular por las carreteras. Ni hacer autoestop en los arcenes. Pero sus vestimentas abandonadas nos dejan bien a las claras, que a la “Tierra  Prometida” siguen acudiendo personas desesperadas que atraviesan un mar mortífero; que para nada, se les ha abierto, para ser pasado sin dificultad.

Para algunos habrá sido todo un milagro haber llegado sólo,  a “Tierra firme”.

Los delfines













 
Muy temprano, casi al amanecer se han acercado los delfines a la playa siguiendo un banco de peces. El mar estaba en calma, como “un plato”, con un azul intenso propio de los días luminosos de primavera, aunque todavía el invierno, sigue imperando en el calendario.
Los delfines se han acercado tanto, que se podían distinguir los chillidos producidos en su ajetreo. En un instante, el mar se ha convertido en un hervidero de movimientos, olas y ondas producidas por las acompasadas acometidas de los delfines. 

Era un baile totalmente sincronizado para acorralar a los peces.

Han formado tal revuelo en su intento de capturar el mayor número de peces, que han llamado la atención de gaviotas y cormoranes, que se han unido al festín organizado por los delfines. 

El cielo era un pulular de gaviotas y cormoranes reclamando las migajas del banquete que dejaban los delfines.

Pocas alternativas les han dejado a los pobres peces, que se han visto sorprendidos por mar y aire. Los que intentaban escaparse dando saltos fuera del agua, eran capturados por las gaviotas que iban siguiendo desde el aire todas las peripecias de los delfines.

Los peces, que habían salvado el cerco que los delfines les tenían organizado, y creyéndose seguros de que habían salido del peligro, eran sorprendidos por los cormoranes, que alejados de la zona de actuación de los delfines, iban capturando a tan incautos prófugos.

Los delfines lenta pero acompasadamente han ido escudriñando toda la bahía que conformaba la playa; tanto hacia la orilla, como a poniente y levante; y tras ellos, las bandas de gaviotas  cual procesión avícola en estación de penitencia.

Ahítos de tal festín, se han ido alejando hacia poniente con su parsimonia habitual, volviendo el mar a la tranquilidad inicial. Ningún vestigio quedó de la masacre que se había producido hacía un momento.

La Naturaleza retornó a su bella e idílica apariencia de primavera adelantada, y cuando fueron apareciendo los primeros caminantes admirando la belleza que se abría ante sus ojos, nada sabían ni podían imaginar, de que pocos minutos antes, esa misma Naturaleza, había mostrado su parte más cruel, pero tan necesaria y vital para la conservación de esa belleza.

Miradas



















                                                              
Entonces la mirada 

se concentra en el infinito. 

Ahora la mirada 

se te clava en el alma. 

Entonces la mirada 

se apresura a pedirte perdón. 

Ahora la mirada 

se sorprende de tu presencia. 

Entonces la mirada 

se trueca en pupilas escrutadoras. 

Ahora la mirada 

se transforma en sorpresa. 

Entonces la mirada 

se transforma en odio esencial. 

Ahora la mirada 

se muestra sosegadamente tranquila. 

Entonces la mirada 

se va apagando lentamente. 

Ahora la mirada 

se desvanecerá con el último destello. 




La mirada sigue siendo el espejo del alma…….