Boj (Buxus balearica)
















Nuestros Acantilados aunque no muy extensos, atesoran, escondidas por sus rincones, algunas que otras reliquias; que sólo podremos contemplar si nos adentramos por sus entrañas. 

Entre esas reliquias, nos encontramos con el boj. Este árbol o arbusto, sólo presente en pocos países del Mediterráneo, se encuentra en el libro rojo de especie amenazadas, como “casi amenazada”;  y concretamente en Andalucía, en “peligro de extinción”; pero es en nuestros Acantilados, donde se encuentra algunos de sus escasos reductos.

Tendremos que recorrer las laderas norte de nuestros Acantilados, donde la humedad es más persistente, para poder observar los ejemplares de boj, que crecen a las orillas del único arroyo, que recorre como única vena importante, el Paraje Natural.

Sus hojas son ovaladas y de color verde oscuro por ambas caras, que se van tornando rojizas durante el verano.

Florece durante los meses de abril y mayo; pero a tener nuestros Acantilados ese clima tan característico, en enero, comienza el boj a presentar los brotes de la floración.

Este arbusto se ha utilizado sobre todo para la talla, debido a lo resistente de su madera, y en la fabricación de mangos de herramientas. En nuestra provincia se ha referido desde la antigüedad la utilización de sus hojas como purgante. Pero quizás lo que en su tiempo esquilmó su población fue la utilización de su madera y hojas secas en la industria de las caleras, y en Mallorca en las carboneras, ya que su madera daba un carbón de mucha calidad. De hecho, las dos caleras que podemos encontrar casi intactas por nuestros Acantilados, están rodeadas por poblaciones de boj.

En declive tanto las carboneras como las caleras, y el oficio de la talla, nuestras escasas poblaciones de boj, podrían ver alejada la amenaza de su extinción, por la desaparición de tales oficios, pero los peligros actuales que les acechan (incendios, deforestación, cambio climático,….) son aún más inquietantes.

Por todo ello, inquieto caminante, cuando pasees por nuestros Acantilados, todavía estás a tiempo de observar esta reliquia botánica.


Por tierra, mar y aire













Llegamos por todos los frentes. Nos vamos dispersando para conquistar cada centímetro cuadro de suelo, cada centímetro cubico de agua, cada centímetro cúbico de aire, y no tenemos hartazgo. 

Nuestras ansias de ocupación nos hace utilizar cualquier medio para poner nuestra impronta, nuestra marca, en los lugares mas recónditos. 

Nuestra codicia por ser el primero en haber llegado hasta ese espacio escondido, nos aviva el ingenio.

Nos asemejamos a insectos, peces o pájaros en constantemente movimiento, pero no para saciar nuestra hambre, ni para estar alerta ante posibles depredadores. ¡Estamos en constante movimiento para saciar  nuestro ego!

Somos victimas de los ranking: sobre las no se cuántas mejores playas perdidas que deberíamos conocer; las no se cuántas mejores rutas de senderismo y “mountain bike” que deberíamos realizar; los no se cuántos lugares idílicos para la practica de los deportes aeronáuticos desde los que nos deberíamos lanzar, etc. etc.

¡Veni, vidi, vici! y lo colgué en Isntagram, Facebook, Twitter,...... ¡Culmen del proceso! 

Pues de lo contrario, tenemos la sensación de que no estamos vivos, no somos nadie; no hemos estado en ninguno de los lugares que los ranking nos anunciaban, si no lo hemos subido a algunas de nuestras redes sociales.

 Nosotros no podemos vivir con la sensación de quedar excluidos de esos rankings, y no haber dado constancia de ello.

Para llegar hasta allí cualquier sufrimiento vale la pena: nos indignamos ante colas de cuarenta minutos en los aeropuertos, debidas a las reivindicaciones laborales de ciertos trabajadores; pero nos da igual pasar esos cuarentas minutos a pleno sol a las doce del mediodía, esperando ese microbús que nos llevará a la playa anhelada, para a continuación volver a tendernos o sentarnos y atiborrarnos nuevamente de viandas y de sol.

Nuestros Acantilados y su entorno, por desgracia, también están en esas listas de lugares que no debemos dejar de visitar en nuestra vida, y cada día se nota más la presión sobre ellos, al estar incluidos en esos rankings.


 

La patirroja (Alectoris rufa)














Amanece sobre los Acantilados. El sol en lontananza va emergiendo del mar. Sus rayos empiezan a dibujar siluetas por doquier. Van apareciendo formas diversas sobre el escenario anaranjado del lejano firmamento. Las agujas de los pinos se van resaltando sobre el fondo aún oscuro del mar en calma. 

Sobre una roca oteando el horizonte canta nuestra protagonista. Reclama su trozo de Acantilado. Su canto tempranero no se ha perdido en la inmensidad del entorno. 

Es respondido, quién sabe, si por un enconado competidor, o una damisela seducida por su engatusador cacareo.

Ha reconocido en la respuesta a su posible consorte. Alarga su cuello para sacar de su interior toda la fuerza de su canto. Se desfigura en el intento, moviendo el cuello a los cuatro vientos. Se infla. Se mueve inquieta sobre la piedra. No va a desperdiciar esta ocasión. Dirige sus mejores notas hacia el lugar del que ha venido la respuesta a su llamada.

Su ansiedad es incontrolable. Da vueltas sobre el filo de la piedra donde se ha subido. Realiza intentos de arrancarse a volar en busca del amor que le ha respondido.

Pero orgulloso se pavonea aún más. Quiere impresionarla antes de acercarse y cortejarla. Se desgañita hasta  enronquecer. Aún no ha visto el momento de acercarse volando o peonando hasta su compañera. Sigue dudando.

Un sonido ronco, seco, nos ha sobresaltado en nuestro escondite privilegiado. Hemos vuelto la vista hacia el lugar de donde provenía el efímero ruido. Creíamos ser sorprendido por un reactor en maniobras mañaneras por estos Acantilados.

Cuando, repuesto de tan fugaz aparición, hemos vuelto a buscar a nuestro ensimismado galán, sólo divisamos varias plumas balanceándoses en el aire.

En el brocal de la torre vigía cercana, se ha posado un halcón que en sus garras transporta el sustento de la jornada. Presuroso, quizás hambriento, con su pico va arrancando y esparciendo plumas a los cuatros vientos.

Quizás sea su ofrenda a los dioses que tan temprano, le han dado tan grato festín.

A lo lejos, se sigue oyendo la respuesta de la amada.