La Garza real (Ardea cinerea)














Esta ave de porte grande, volar pausado y grácil figura, es otra de las especies habituales de nuestros Acantilados. 
Su vuelo lento, delicado y silencioso;  nos sorprende, más de una vez, para sobresalto nuestro, en las incesantes esperas que realizamos en nuestra actividad fotográfica. 
A veces, llega hasta pararse a escasos metros de nosotros, sin percatarse de nuestra presencia, ni nosotros de su llegada; pero huye rápidamente ante el más mínimo movimiento que podamos realizar; emitiendo su característico y sonoro chillido; para a continuación, volver a posarse en una nueva roca a una distancia prudente de seguridad, desde donde poder seguir vigilando y vigilandonos.
Su ajetreo diario, de pesca y desplazamiento por los Acantilados, es incesante; es difícil, que encuentre un lugar de la costa tranquilo, donde permanecer un largo periodo de tiempo; debido, al deambular de barcos, submarinistas, piraguas y de tablas de “paddle surf” que recorren durante el día todos los Acantilados.
Su silueta, recortada contra el mar, estilizada e inerte, nos ofrece unas imágenes bellísimas, que intentamos plasmar en nuestras cámaras, cada vez que somos testigos de tan hermoso momento.
Es habitual verla desplazarse, con sus largas patas, de roca en roca, husmeando y hurgando, todos los rincones de la costa pedregosa de nuestros Acantilados, en busca de ese pececillo, molusco o crustáceo, al que poder atrapar con su largo pico.
No es amiga de gaviotas. Suele ir por libre en su actividad diaria, y alguna que otra vez, podemos verla compartir posadero con cormoranes, que al igual que ella utilizan las grandes rocas como atalayas, para descansar.
La garza real, (Ardea cinerea), amiga de humedales interiores o extensas marismas; también ha encontrado en nuestros escarpados Acantilados, el lugar idóneo, donde pasar una breve “temporadita” donde descansar; para emprender, después de recuperar fuerzas, viajes de más entidad.



Clínica recuperadora o geriátrico natural












Los Acantilados poseen un clima envidiable durante todo el año; sólo maleado por el largo verano, que hace sufrir a cuantas especies lo pueblan; excepción hecha, de la ingente multitud de veraneantes que atiborran las playas y calas en los meses de vacaciones; y que se sienten, nunca mejor dicho, como peces en el agua.
 Las temperaturas se mantienen cálidas durante gran parte del año; por ello, los Acantilados se encuentran en una comarca que se está convirtiendo en el geriátrico de Europa. Jubilados de toda Europa, vienen a pasar el largo invierno europeo a nuestra Comarca. 
Los gobiernos europeos habrán pensado sabiamente, que en vez de tener una pléyade de ancianos en sus países: consumiendo energía con las calefacciones; saturando los centros de salud con sus dolencias;  despojando las arcas estatales con la adquisición de medicamentos para remediar sus males…. Etc, etc. Han decidido mandarlos a que disfruten en las terracitas de los distintos rincones (no hay rincón que no conozcan) que pueblan nuestra comarca, de la comida y bebida mediterránea; que se atraquen de sol, que tan en falta echan por esos días sus conciudadanos; y así, darles una opción y una calidad de vida diferente, a la de estar todo el día encerrados; pensando, con qué parte del cuerpo dolorida, se van a levantar ese día.
Aquí las dolencias desaparecen: la comida, el sol, la bebida y el calor con que se les acoge, hacen de bálsamo a sus posibles achaques.
Pues, no sólo, los seniles europeos, y sus sabios gobernantes,  se han dado cuenta de las bondades de nuestro clima, y por ende del que se disfruta en los Acantilados. La cabra, siguiendo el ejemplo, quizás incluso con anterioridad a la colonización de estos lugares por los provectos europeos, ha hecho de los Acantilados su zona de confort; donde los ejemplares más viejos, o aquellos que muestran alguna debilidad o defecto, han hecho de estos parajes su hábitat asiduo.
Aquí tienen también la cabra, su balneario natural, su refugio, su cementerio de elefantes.