Gaviotas












Hablar de nuestros Acantilados, y no acordarse de la  GAVIOTA, sería un grave error por nuestra parte. Es el ave más representativa de cualquier medio marino. Tanto en alta mar, como posada en esa roca incrustada en el mar,  descansando en la orilla, o haciendo piruetas por las paredes de los acantilados; la gaviota es el ave que siempre tenemos asociada al mar. 

Mucho hemos tardado en dedicarles un artículo en este humilde blog.

Contemplar sus vuelos en días ventosos es todo un espectáculo: ese dejarse llevar por las ráfagas de viento, haciendo cabriolas de subidas y bajadas...... ¡ transmiten tanta libertad !

Sentado admirando los Acantilados, rápidamente quedas envuelto por las idas y venidas de las gaviotas; que surgen desde cualquier punto: desde arriba, desde la derecha, desde la izquierda, desde abajo. Uno queda embobado admirando sus vuelos, sus piruetas, sus danzas aéreas sincronizadas como excelso ballet.

Otras veces, cuando más concentrado estás tratando de captar esa imagen de la cabra que llevas días persiguiendo, te sobresalta el graznido chillón de las gaviotas, que al descubrirte en los Acantilados, lanzan esa voz de alerta que se escuchará por toda la zona. ¡ A la porra la foto! ¡Maldices los graznidos!. 

Pero eres consciente, de que eres un intruso; que has sido descubierto, y que tendrás que hilar muy fino en tus intenciones de pasar desapercibido. 

Sus chillidos, sus vuelos rasantes, ..... son la forma que tienen de marcar sus territorios cada una de las especies de gaviotas. Las gaviotas son tenaces en su intento de alejar de su territorio a cuanto intruso osa traspasar su línea de seguridad. 

Ahuyentadas en un primer momento, no suelen alejarse demasiado en su vuelo, y vuelven insistentes para alejar al entrometido, y hasta que no lo consiguen no paran en sus intenciones.

Son las gaviotas sombrías (larus fuscus), y la gaviota patiamarilla (larus michahellis) las más abundantes en nuestros Acantilados, pero no por ello otras especies de gaviotas no dejan de verse por estos parajes según la estación. 

Destacan la gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus), la gaviota cabecinegra (Ichthyaetus melanocephalus) o la gaviota de audouin (Ichthyaetus audouinii). Más adelante iremos dedicando un capítulo a cada una de las especies más representativas. 

Hermoso y relajante, contemplar el vuelo de las gaviotas y escuchar sus graznidos chillones; a pesar, de que más de una vez, te chafen una foto.



 

Pez Luna (Mola mola)












Cada cierto tiempo, por los Acantilados, la magia nos deleita con un agradable encuentro en sus aguas.
Selene, asciende de sus profundidades y se baña en sus calas. Adquiere forma distinta a la humana y realiza su viaje a través del mar.
Ella acostumbrada a viajar cuando cae la noche, es estimulada por la belleza de los Acantilados, para realizar tal travesía durante la aurora. De la mano de su hermano Helios, se desliza sobre sus aguas jugando con las olas.
Se regocija con toda la profusión de tonos y luces que el mar le ofrece a su alrededor.
Habituada a la oscuridad de la noche, esta oportunidad que se le brinda cada cierto tiempo, es aprovechada con tal regocijo, que para sorpresa de los humanos, durante las noches posteriores, el firmamento lucirá su más lúgubre oscuridad; pues la Diosa ha olvidado por unos días, sus quehaceres y deberes.
Ha abandonado su pesado carro de bueyes blancos, y los ha transformado en dos remos que le permiten deslizarse sobre la mar, para ser observada por infinidad de "endimiones" que hemos tenido la gran suerte de admirarla tan de cerca.
Aprovecha las olas y la corriente para hacer cabriolas y mostrarnos todas sus caras: la visible y la oculta.
¡ Es tal su felicidad, que se nos brinda en todo su esplendor !
Es la única vez que Selene nos muestra todos sus rincones.
Pero como todo momento mágico, éste también es fugaz y confuso.
La Diosa se aleja, buscando ese lugar en las profundidades, donde acontezca esa transformación, que la devuelva a su emplazamiento en el cosmo.

La cabra (Capra pyrenaica)

















Nuestros Acantilados se extienden entre unas montañas que en invierno se cubren de nieve, y  unas playas donde la actividad lúdica es incesante durante todo el año. No hay estación, día ni hora, que cese la actividad, el trajín continuo, en estos parajes.

Observadores privilegiados de todo cuanto acontece en estos parajes nos encontramos a una especie animal: “la cabra montés”. 

Identificada con altas cumbres, con riscos de vértigo, con piruetas sobre las rocas; la cabra se ha adaptado fenomenalmente a estos parajes, dando a estos Acantilados un atractivo singular,  que atrapa a cuantos se acercan de una u otra manera a conocerlos.  

No hay carretera, mirador, playa o senda, que no sean atravesados por la rápida carrera de estos animales que han encontrado en sus paredes cortadas, sus cerros o barrancos, lugar para llevar una vida “apacible” (veremos que no tan apacible posteriormente); rodeados, casi cercados por toda la vorágine de la civilización.

En estos Acantilados desarrollan todo el ciclo de la vida: aquí nacerán los chotos en primavera; aquí sentirán los rigores del verano (apaciguados por el mar); aquí tendrán que diversificar su dieta, adaptándose a cada estación (verano-invierno, no hay más); aquí se producirán las primeras carreras perseguidas por ese perro, tan bien educado, que una vez se siente libre de las cuatro paredes del piso donde habitan, vuelven a su naturaleza salvaje; y aquí se producirán los combates, que atronarán por todos los Acantilados durante la época nupcial.

Será en esta época donde se producirá la caza furtiva de los ejemplares, que escondidos de los rigores estivales, hacen acto de presencia durante este periodo, impulsados por ese instinto de prolongarse en la especie. 


...... y se cerrará de forma traumática el ciclo de la vida.