¡Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere………., me quiereeee!
Cuando éramos “chicos”, siempre que nos encontrábamos una margarita, teníamos ese deseo incontenible de ir despojándola hoja por hoja, para ver si tendríamos fortuna en las lides del amor. Como era natural, unas veces por el azar del recuento, otras forzando ese azar (haciendo pequeñas trampas en el recuento), salíamos airosos del compromiso clarividente en que poníamos a la margarita; y siempre teníamos cerca, al compañero que se mofaba y que nos echaba en cara que habíamos hecho trampa; y riéndose, se burlaba porque en el futuro ninguna niña nos querría.
Las margaritas que elegíamos y conocíamos para utilizarlas como bolas de cristal, siempre eran blancas, no podían ser de otra manera, ¡como son las bolas de cristal de los videntes!
Pocas margaritas amarillas conocíamos entonces; quizás por que el entorno conocido era muy limitado. ¡Qué cerca las teníamos, y qué lejos estaban en aquella época para nosotros!
Esta margarita resistente a la sequía y a las altas temperaturas, como no podía ser de otra manera, está extendida por nuestros Acantilados, y no tiene el color blanco de las que conocíamos en nuestra infancia. Pegadas a las areniscas de las playas o colgadas de las paredes de los Acantilados sobre el mar, nos ofrece sus maravillosas flores, ya desde los primeros días de febrero.
Sus hojas verdes lucen carnosas, como defensa natural; para no dejar escapar la poca humedad que puede ir cogiendo en tan hostil medio. Estas hojas muestran unos pelos a modo de espina, más propios de los cactus, que de la planta de los enamorados; aunque debemos ser comprensivos con las espinas, y reconocer que siempre han ido ligadas al amor.
Sus flores se abren esplendorosas, mostrándonos su amarillo vivo e intenso, creando infinidad de puntos de colores por los roquedales y arenales de los Acantilados; tan llamativas que ni las cabras pueden resistir el deseo de probarlas.
Binomio espinas y pasión, tan glosado por los poetas…. y tan presente en esta margarita…. y en los Acantilados.
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