Primavera
















     Siendo la primavera, la estación que va después del invierno y antecede al verano, en nuestros Acantilados, podríamos denominarla “verano suave, tirando a verano de verdad”. No hay primavera como tal. Aquí no hay deshielo. Aquí no hay invernación. Ni brotar suave de la vida. Desaparece el frío, corto período de frío, y llega el “caló”. No existe esa estación intermedia, que prepara a las especies al rigor del verano. El calor intenso cubre las laderas de estos acantilados, del color ocre-amarillento del secano, sin apenas dar tiempo a las especies, a revivir su ciclo vital. Surgen prematuramente las flores, por aquí, y por allá, en las minúsculas zonas donde la humedad ha hecho posible, el milagro, aquí nunca mejor dicho, de la “primavera”. Son invitadas apresuradamente a concluir tan imprescindible ciclo, para agostarse rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos. Los últimos años, esa sensación del surgir del verano violentamente, se había acentuado hasta límites peligrosos, donde las especies más resistentes al estío estaban sucumbiendo ante tan implacable estación.

Pero esta Primavera no podía pasar de largo sin hacerle un panegírico después del invierno tan generoso en lluvias. Lluvias que eran ansiadas por todos en estos Acantilados. Después de esas lluvias llegó esta espléndida y esperada Primavera. 

Después de esas lluvias brotaron miles de flores como hacía años que no sucedía: las margaritas tomaron todas las praderas; las flores del esparto empezaron a sobresalir sobre el resto de planta; los lentiscos mostraron el verde intenso, propio de una fortaleza inusual. Fueron acompañadas por phlomis, borrajas, amapolas, gladiolos, jacintos, iris. De las rocas salinizadas pegadas al rompiente del mar surgieron algazules, siemprevivas, silenes y frankenias. De los pocos arenales costeros con los que cuentan estos Acantilados, surgieron cakiles, saxiles, romeros e hinojos marítimos. 

Después de esas lluvias revolotearon por doquier infinidad de insectos: mariposas, escarabajos, abejas, abejorros,….. Las flores eran un cobijo y un lugar de un ajetreo incesante de insectos sobrevolando y dándose un festín sobre sus pétalos.

Después de esas lluvias reaparecieron pájaros que los últimos años no se dejaron de ver. Aves que buscaron lugares más idóneos para pasar el verano. Alcaudones, chochines, ruiseñores, llenaron con su presencia ese hueco que años pasados quedaron desierto. ¡Nunca mejor dicho!
¡Todos los Acantilados se llenaron de vida!
   
 Mientras tanto, la cabra sigue su proceso vital. Las hembras se van separando al ritmo lento, que les dicta su organismo. Buscarán lugares apartados, si los encuentran, donde darán a luz a un retoño, que nacerá a finales, los más prematuros; mientras el resto irá viendo la luz intensa de estos Acantilados, durante todo el mes de mayo. Será tarea ardua y difícil, en estos parajes,  donde incesantemente hay un deambular de personas de aquí para allá.
    
Le acompañarán en estas funciones todo el resto de fauna que habitan los Acantilados: aves, mamíferos, insectos.... Cantos diversos, llamadas exigiendo comida, aleteos raudos para no ser parte de esa comida, y otros igual de veloces para procurarse el sustento, se sucederán durante toda las jornadas de la primavera y el verano.

Así que osado y audaz caminante, espero que aproveches esta hermosa Primavera surcando las sendas y caminos que estos Acantilados te ofrecen, pero siempre ten presente que es un Paraje Natural, y que las especies que por aquí deambulan necesitan de esa tranquilidad necesaria para poder sobrevivir. Lo tuyo es mera diversión y expansión, pero para ellos es pura supervivencia.


 

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