Es noche cerrada, a pesar de que aun queda casi un cuarto de día, para que éste acabe. No es casual, elegir la noche más corta del año, y dar la bienvenida al Sol, que se impondrá durante los meses siguientes, para realizar la ofrenda. Los miembros de los clanes y tribus de los alrededores se van congregando al pie de la vertical pared. Se cubren con las pieles más gruesas que tienen, pues el frío es aterrador en esta época del año. Los gruñidos y sonidos que emiten van acompañado de ese vaho intenso producto de las bajas temperaturas. En la franja litoral van apareciendo los primero bloques de hielo adheridos a las rocas. Cuando llegue el invierno más crudo, todo el litoral de los Acantilados se verá cubierto por un espeso anillo de hielo, que hará casi imposible la pesca.
De los bosques cercanos van emergiendo los puntos de luz de las antorchas, que vistas desde la lejanía, recuerdan a las filas de luciérnagas que se mueven despacio al anochecer. Cada vez es mayor el número de personas congregadas con las antorchas encendidas. Esperan con expectación a que en el borde superior del Cerro aparezca la comitiva.
La comitiva formada por una docena de miembros escogidos para la ocasión, suben despacio hacia lo más alto del Cerro, con gran prudencia y precaución; acompañados sólo, por las luces de las antorchas. Cuatro de los miembros llevan sobre sus hombros, una especie de camilla en la que transportan lo que representa el cuerpo inerte de un anciano. Mientras suben, no tienen referencia del número de personas congregadas al pie del Acantilado. No será hasta que lleguen al altar erigido al filo del precipicio cuando vean a los allí congregados.
Después de una larga subida, los miembros de la comitiva, van vislumbrando ya bastante cerca, el altar erigido. Los miembros que en ese momento, no llevan a hombros la litera, se apresuran a alumbrar y adornar el altar para la ofrenda. ¡Es asomarse con las antorchas al filo del precipicio, y los abajo congregados irrumpen en vítores, enaltecidos por la contemplación de las primeras teas! Con gran destreza y rapidez adornan el altar con hachas y ramas frescas de árboles, arbustos y plantas seleccionadas previamente, de los alrededores. Los que transportan las andas la depositan lentamente sobre el altar decorado. Engrandecidos por ser los elegidos para la ofrenda, se van asomando al Acantilado para saludar con sus antorchas a los bajos congregados. Éstos, cada vez más enaltecidos, vociferan y comienzan a tocar una especie de tambores, con una cadencia y ritmo que pasado un cierto tiempo los llevarán al éxtasis. El ruido de los tambores es cada vez más ensordecedor, y amplificado por la pared del Cerro, se expande por todos los rincones de los Acantilados.
Todos comienza a bailar una danza ritual, sin pasos preconcebidos. Es una danza irreal, anárquica, en el más profundo sentido del término. Cada miembro se mueve de forma desacompasada pero visto todos en conjunto, resulta de una coordinación suprema. Los elegidos también han comenzado su anárquica danza junto al altar. Cuando dejen de sonar los tambores se procederá a realizar la ofrenda.
Transcurrido un tiempo incalculable, pues todo han perdido dicha noción, los tambores como sincronizados por un espíritu superior, han dejado de sonar al unísono. De pronto, por los Acantilados corre el silencio más absoluto. Es la señal para que los miembros hagan la ofrenda. Lentamente los miembros elegidos, se han acercado al altar, izan lentamente la litera, y dando un giro a ésta, lanzan el cuerpo inerte al precipicio. El silencio tan frío y sepulcral, es roto por el golpetazo del cuerpo contra las rocas. Todos los allí congregados comienzan a lanzar vítores, aullidos, exclamaciones de alegría ante lo presenciado. Han cumplido un año más con la tradición durante el solsticio de invierno de acabar con uno de los dioses nocivos para la perfecta libertad. Este año han lanzado por el precipicio a la diosa: “ESTUPIDEZ”.
Se ha perdido en la noche de los tiempos, y ha desaparecido del acervo mental del pueblo, dicha ofrenda. Nadie tiene ni el más ligero atisbo actualmente, de que ésta se produjera. Así que osado caminante, si algunas vez, subes hasta lo más alto del Cerro y te asomas al abismo que se vislumbra a tus pies; haz aunque sea, una ofrenda simbólica, porque aun campan junto a nosotros, muchos dioses nocivos para la perfecta libertad. Acuérdate que nos siguen protegiendo los dioses de la MALDAD, la AVARICIA, la ENVIDIA, la HIPOCRESÍA, el ODIO, el FANATISMO, …….., y no estaría nada mal, ir ofreciéndolos en ofrenda, cada vez que nos acerquemos al precipicio.
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