Cuando hablamos de alguien importante, si ese alguien es un hombre, se recurre a la tan manida frase, algo alterada de la original: “detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer”.
Si trasladamos dicha frase al mundo “caprino hispánico”, nunca he escuchado que detrás de un imponente macho montés haya habido una imponente hembra, que por lo menos, se le reconociese el honor de darle la vida a tan majestuoso ser. Éstas pasan casi desapercibidas, casi despreciadas por los amantes de captar la imagen perfecta.
Todos los honores son para los grandes machos, que altaneros pasean sus figuras por los riscos de nuestra “piel de toro”. Nunca se ha comentado que la piel pudiera ser de vaca. No sé el por qué. Ni la diferencia entre una piel y otra, como para haberla calificado siempre de piel de toro.
Nuestros Acantilados siguen los mismo cánones comentados antes. Pléyades de fotógrafos se acercan hasta ellos para fotografiar a ese ejemplar majestuoso asomado y recortada su silueta en el balcón del Mediterráneo.
Todos los flashes y disparos fotográficos, algunos no fotográficos, no todo iba a ser parabienes, son para los grandes machos que se dejan de ver por estos lares.
La cabra, algo más discreta, siempre relegada a un segundo plano, es devaluada para el glamuroso mundo de las cámaras.
Sólo algunas serán primeras páginas de los álbumes de los incautos turistas, que visitando los Acantilados, ven por primera vez a estos animales, y quedando asombrados de su presencia por estos terrenos, van disparando sus cámaras a todo bicho caprino que se mueve. ¡Para él, que no distinguirán entre un “bambi”, una cabra o cualquier otro animal con cuernos, una instantánea de una hembra tendrá el mismo valor, que el de un macho medalla de oro!
Pero siempre hay alguna excepción que confirme la regla. Nuestra protagonista, aunque sólo sea por su aspecto es referente y modelo codiciada en nuestros Acantilados.
Nada más verla, advertimos que nos encontramos ante una hembra especial, tanto por su edad, algo mayor para la cronología cabría, como por su cuerna ladeada hacia adelante, que rompe todos los cánones de la belleza caprina. Es este aspecto el que la hace llamativa.
No pensaremos sobre sus largos años resistiendo la aridez sempiterna de estos parajes; ni su lucha por sacar adelante sus crías, expuestas a mil penalidades; ni de su determinación dentro de la manada para hacerse la jerarca de la misma; ni de sus apasionados momentos vividos en la época del celo.
Será en esos momentos del celo, donde se erigirá en la jerarca máxima de la manada, pues en estos momentos, incluso los grandes machos, se dejarán guiar, en caso de peligro por la matriarca del grupo; siendo ella, quien lleve todo el peso de la seguridad del grupo.
Hembra experta en moverse por estos terrenos tan escabrosos y tan transitados, sabrá buscar esos otros terrenos apartados, donde disfrutar de la calma y tranquilidad necesaria para los miembros de su manada.
Sus genes van apareciendo en las futuras generaciones, observándose esa impronta tan característica en su descendencia, pero ninguna todavía ensombrece la singularidad de nuestra “Cornivuelta”.
Me ha encantado el artículo.
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