Doradilla (Ceterach officinarum)













Escondida entre las piedras de la vereda que va desde el río Chillar hasta Frigiliana, vi por primera vez este pequeño helecho que crece entre los roquedales de nuestro entorno, prácticamente desde el nivel del mar hasta los 2.000 metros. Podría haberlo visto con anterioridad, pero fue en ese momento, cuando tuve consciencia de su nombre; pues posteriormente lo fui viendo en terrenos más urbanos y diversos. Acompañaba a un guarda forestal que nos iba enseñando los distintos emplazamientos de nidos de rapaces que existían por la zona, para el censo sobre estas aves que realizaba un amigo. Entre los roquedales de un enorme desprendimiento que había junto a la vereda, vio la doradilla y rápidamente la fue recolectando para llevársela a un conocido suyo, médico de profesión, que la utilizaba para “los dolores de piedras en el riñón” tomada en infusión. Ya nunca olvidé la planta ni su utilización en la medicina natural. Nunca he tenido que recolectarla para probar sus propiedades.  Posteriormente, ya más leìdo e instruido pude comprobar que nuestra doradilla, es una planta “curalotodo”, pues sus propiedades son múltiples en la curación de males.

Por eso, cuando la vi entre las rocas que conformaban un balate en los Acantilados, rápidamente se me vino a la memoria, mi primer encuentro con la doradilla y de la explicación sobre su propiedad curativa.
En los Acantilados no es muy abundante, pues aunque crece entre rocas, que son muy prolíficas por estos lugares, necesitan de un cierto grado de humedad en el suelo. Crecía nuestra protagonista, esplendorosa, en una zona de umbría orientada hacia el norte, dentro de un espeso bosquete de pinos por donde se filtraba el sol abrasador. A pesar de ello, se veía que la doradilla había encontrado el lugar idóneo donde crecer con fortaleza. No había muchos ejemplares, pero los suficientes para que en mi cerebro se conformara la visión del primer encuentro.
Actualmente, no hubiese tenido esa oportunidad de conocer la planta ni su uso. Medidas cada vez más restrictivas alejan a los guardas de medio ambiente de la población. ¡Craso error! Antaño eran multitud las veces que acompañábamos a los guardas en sus servicios, simplemente por el hecho de que nos enseñaran lo que sabían del entorno, y ellos encantados de realizar los servicios acompañados y con quien poder hablar.

Bueno, osado caminante de los Acantilados, ese alejamiento es difícil de cambiar y es cada vez más frecuente entre los seres humanos a todos los niveles, y ¡lo sabemos!. Por lo que tendrás que alejarte, tú también, un poco de las sendas marcadas, si quieres contemplar este helecho en los Acantilados; pero por favor, no lo recolectes si te da un arrebato de sanación natural; ya hay suficientes medicamentos y estamos tan enganchados a ellos, que dejar de tomar otro más para el dolor de piedras en el riñón, no te va a purificar el organismo.

Dejemos a los ejemplares de doradilla que vivan felices entre sus rocas y sus rayos de sol.


 

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