Martín: ave con nombre propio (Alcedo atthis)













  Este ave con nombre propio, Martín (aquel que está consagrado a Marte), tiene una de las playas más encantadoras de los Acantilados, como lugar de descanso y aprovisionamiento. Al igual que el ser humano, se ha adueñado de algunos lugares privilegiados para su actividad cinegética, el Martín ha hecho lo mismo con una pequeña playa de los Acantilados. Pero sólo lo hace de  forma temporal. El lapso que necesita para tomar fuerza y poder cruzar con éxito el mar que se le abre ante sus ojos.

Tiene por costumbre, casi rayando en lo paranoico, de elegir un pino cercano al agua desde el que divisar sus presas, y como misil de última generación, lanzarse certeramente sobre sus pequeñas presas.

El Martín es un ave que te deja embelesado en su contemplación. Sus tonos azules y verdes metálicos son una señal que se divisa a cientos de metros. Su pecho naranja resalta sobre las ramas y las acículas de los pinos, o de cualquier roca sobre la que está posado; y su pico robusto y extremadamente grande para su cuerpo, nos está diciendo que estamos ante un ave fuera de lo común.

Hemos asociado al Martín con cauces de agua dulce: ríos, lagunas, charcas…. Pero nuestro protagonista, ha ido más allá, y toda extensión de agua dulce se le ha quedado pequeña comparada con la inmensidad del mar. El mar si es fuente de alimentación para miles de millones de seres humanos, cómo no va a poder ser despensa para esta pequeña pero fabulosa ave. 

Su vuelo rápido lo llevará desde las rocas hasta su rama preferida, o si,  ha sido molestado, le servirá para huir presurosamente hacia posaderos más lejanos. Sus zambullidas son tan rápidas como su vuelo. 

Tiene un constante ir y venir entre la rama del pino, que le sirve de atalaya y el mar. Pero si el día está plácido y no ha sido muy importunado, le gusta bajar hasta las rocas más cercana al agua, desde las que sentir de cerca, la frescura del mar, y divisar desde tan privilegiado lugar, sus potenciales presas.

Allí pasará todo el tiempo necesario concentrado en la contemplación de su próxima presa, o  extasiado por el horizonte que se le abre ante sus diminutos, pero excelentes ojos.

La afluencia constante de personas a la playa elegida por nuestro protagonista, hace que no podamos verlo, todo el tiempo que su belleza requiere; pero sólo su contemplación fugaz, sumergiéndose en el mar, y su posterior salida con el pececillo en el pico, nos compensa todo el tiempo de espera y su efímera contemplación.


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