Estos dedos elevados al cielo junto al mar, delimitaban los miedos y los continuos sobresaltos entre culturas. Son la clara señal de las constantes invasiones, justificadas o sin justificar, que se han producido en los Acantilados.
No apuntan al firmamento como señal de la grandeza del mismo, ni del infinito de la creación, ni de lo pequeños que somos ante tan grandioso panorama.
Nos muestran los sempiternos enfrentamientos entre el primer mundo y el segundo, o el tercero, o cuarto, o quinto……. Los continuos conflictos entre los que tienen y derrochan, y los que no tienen y deben buscar el sustento donde lo haya….
Aunque siguen sobreviniendo continuas invasiones, más silenciosas; ya no elevan columnas de humo, indicando la presencia de “moros en la costa”. Modernos sistemas de detección son empleados para tal fin.
Esto pétreos sistemas defensivos contra la denostada y aireada, rapiña; bordean todos nuestros Acantilados. Algunas en mejor estado que otras. Alguna que otra, haciendo equilibrismo contra las adversidades y contra la gravedad, disputando tal honor a torres italianas de famosos nombres.
Son la referencia desde cualquier punto de los Acantilados. Cada una delimita muy bien las tierras de estos “Parajes”.
Una a la entrada por el oeste: la de Maro. Otra a la entrada por el Este: la de Cerro Gordo. En medio, incrustadas como flechas en sendos cabos de los Acantilados, las otras tres torres: dos de ellas escondidas, de difícil acceso: la de la Caleta y la del Rio de la Miel; la tercera, formando parte de una propiedad particular, para disfrute y contemplación de sus propietarios: la del Pino o del Italiano.
¡Cuánto queda por expropiar! Necesitaríamos de otro Mendizábal, para recuperar todo lo sustraído durante la contienda civil.
Todas tuvieron su cuerpo de guardia. Sus relevos de guardia. Sus escalas para poder adentrase en sus entrañas. Sus momentos de peligro y de gloria.
Son el fiel reflejo de tiempos de fronteras inestables, de momentos convulsos entre pensamientos y creencias enfrentadas.
¡Cómo se repite la historia! ¡Y, la historia cada vez más apartada en la formación de las futuras generaciones!
Estas torres son el santo y seña de los Acantilados. Los Acantilados, sin estas torres, formarían parte de ese extenso catalogo de curiosidades geológicas, de cierta belleza, que siempre ha conferido el oleaje al romper contra la montaña que se incrusta en el mar. Pero no serían nunca lo que son sin la presencia de estas reliquias antropológicas de nuestro pasado.
Puedes recorrer los Acantilados y disfrutar de sus vistas y de la inmensidad del paisaje, pero cuando te encuentras de bruces con una de estas torres, otro sentimiento se une al de la fascinación por el entorno. La historia que estas torres soportaron a lo largo de su existencia, salta delante de ti, y como telón de grandes escenarios, se elevan y te hacen rememorar cuántos acontecimientos se fueron sucediendo por sus alrededores.
Entonces no tienes más remedio, que pararte y descansar bajo su sombra, contemplándolas y evocando, todo lo que supusieron tan magníficas construcciones.
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