Nosotros le llamábamos “el Coloraito”.
Petirrojo, o “Erithacus rubecula” desde que manejamos alguno de esos manuales de aves impresos, con todas las especies de España, Europa y norte de Marruecos, y de alguna que otra especie rara que se deja ver, por que alguna tormenta o huracán, las desplazan hasta nuestras latitudes.
Quizás hubiese sido más acertado haberlo llamado “el Naranjito”, pero podía haber tenido mayor confusión y hubiese sido posteriormente más complicado de utilizar , después de que ese nombre, se popularizara tras ese campeonato de fútbol del 82.
Naranjito ya lo asociamos, los que vivimos aquella época al deporte rey; mientras “Coloraito”, ( que se sepa, aún no ha sido registrado en el listado de nombres con derechos de autor), sigue manteniendo toda su vigencia; toda su referencia plena a ese pajarillo alegre y regordete, que llegado el invierno, hace su aparición por cultivos, jardines, parques…. y cómo no, por nuestros Acantilados.
Era, el Coloraito, una de nuestras víctimas habituales del domingo, cuando allá por los años 60, nos dedicábamos a poner las “trampas” (o perchas), para cazar los pajarillos que nuestros conciudadanos europeos, iban engordando en sus países de origen y que después nosotros, freíamos, por docenas en, nuestro aún desconocido mundialmente, aceite de oliva virgen extra.
Después vendrían peores años para el Coloraito. El uso indiscriminado de herbicidas y pesticidas, que invadieron nuestros campos de cultivo, y que fueron acabando con gran parte de las aves insectívoras, también afectó y mucho, a nuestro Coloraito, que también sucumbió, como tantas otras especies, a esa orgía de utilización tan poco selectiva e irracional de productos químicos en nuestras siembras.
Afortunadamente algo hemos cambiado y algo estamos evolucionando, en el recelo con que se intenta cuidar el medio ambiente.
Va siendo la visión de esta avecilla muy habitual y generalizada; y cómo no, más abundante por nuestros Acantilados.
Gusta de visitar las laderas interiores de los Acantilados donde la existencia de una vegetación poco densa es más propicia para sus andanzas. Rara vez, se deja de ver por la orilla de la playa, aunque deambule por zonas muy próximas a ella.
No nos cansamos de deleitarnos con su contemplación: con esa silueta gordonzuela revestida de esa gama de colores, que nos deja atrapados; con su volar rápido, nervioso e incansable en busca de algún insecto, y con todo el repertorio de piruetas aéreas para atraparlo.
El abandono de prácticas, ya totalmente prohibidas, de la caza con perchas y redes; así como la concienciación de un uso más racional y seguro de herbicidas y plaguicidas, auguran unos tiempos más placenteros y seguros para el Coloraito; y para nosotros, que seguiremos disfrutando de la contemplación de este gordonzuelo con babero naranja.
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