Terebinto o cornicabra (Pistacia terebinthus)














El solitario terebinto desde su empinada atalaya va observando el paso de la vida por estos Acantilados. Aferrado a la tierra para no acabar flotando sobre las olas del mar cercano, es el vigía insondable. Su situación inmejorable le hace ser testigo y cronista de los hechos más relevantes que suceden por sus alrededores.

Queda en tierra de nadie, entre el pinar cercano y el olivar perdido sobre unos bancales que tuvieron su mejor esplendor en épocas anteriores, y que actualmente van siendo devorados por la maleza del abandono y la dejadez.
El terebinto queda disimulado entre el desorden vegetal que le rodea, pasando inadvertido a cuantos pasean por sus alrededores.

Mejores tiempo vivió este terebinto, cuando su madera era considerada de excepcional calidad para la elaboración de pequeños objetos y sus raíces fueron empleadas para la fabricación de cajas de tabaco. Cuando de su sangrado, se obtenía su valorada resina (trementina de Quío), usada desde tiempos inmemoriales y muy preciada por los romanos para usarla como perfume. Cuando Dioscóride, el famoso médico romano, prescribía sus frutos como diuréticos, afrodisíacos y para tratar las picaduras de algunas tarántulas.

También es conocido nuestro terebinto como cornicabra. Dicho nombre le viene de unas agallas con forma de cuerno de cabra, que se producen cuando le pican unos pulgones de la especie “Baizongia pistaciae” en sus hojas y ramas tiernas. Dichas agallas se observan mejor cuando se caen todas las hojas y en el árbol quedan colgando las agallas con tan singular forma.

Este terebinto o cornicabra se asoma solitario al barullo de la playa que, sobre sus pies, se atiborra de veraneantes en los meses de estío. Será cuando la playa se va despoblando, cuando el terebinto va despojándose de sus hojas para pasar desnudo los fríos meses de invierno. 
Contradictoria visión de la Naturaleza: "cuando unos se desnudan otros se abrigan".


                                                                                                                  

El verano ya pasó














 Aunque las temperaturas se han mantenido hasta principios de octubre, como si en pleno agosto estuviésemos, la actividad en los Acantilados ha descendido notablemente. 

Los Acantilados están recuperando su tranquilidad habitual, después del ajetreo del periodo veraniego. Atrás quedaron los caminos sepultados por el polvo levantado por las lanzaderas en su ir y venir, de llevar bañistas a las playas.

Sus aguas turquesas y transparentes, han quedado idóneas para que los grupos de delfines se acerquen buscando los bancos de peces.Las calas nos muestran las distintas especies, que buscan sus roquedos y oquedades donde capturar esas especies que surgen cuando baja la marea.Sus playas se llenan de bandos de gaviotas que buscan sus orillas para descansar; y los grupos de cabras bajan hasta ellas para pacer libremente por sus orillas y aledaños.

Tanta normalidad en los Acantilados no se sabe si es para bien o para mal.Estas dicotomías tranquilidad-armonía o ajetreo-sosiego no tienen relevancia en los Acantilados.Cada vez es más difícil buscar una normal armonía por estos parajes.

El movimiento de estos meses de bañistas, buscando la playa soñada de aguas turquesas y transparentes, dará paso a movimientos menos visibles por playas y laderas de los Acantilados.Bajo la tranquilidad que a primera vista se pueda vislumbrar , subyace todo un mundo complejo de actividad nada lícitas que tienen sus miras puestas en la fauna, tanto marítima como terrestre.

Oscuros seres irán apareciendo, tras el despoblamiento de las payas, por los distintos parajes para seguir el rastro de la presa divisada. Provistos de la última tecnología darán rienda suelta a sus aspiraciones, y cuando hayan saqueado todos los rincones de los Acantilados de las presas que buscaban, descansarán hasta la nueva temporada.

Mientras tanto, ajenos a ese submundo, grupos de excursionistas y senderistas, recorrerán sus parajes, admirando sus enclaves; y avistarán asombrados y sorprendidos, como algo extraordinario en su deambular, los ejemplares descartados y desdeñados por las camarillas fantasmales que harán su agosto en otoño.


Rata campestre ( Rattus rattus)













La rata campestre es originaria del sureste asiático, ocupando Europa desde tiempos inmemorables. Se estima que ya pudo venir en períodos posteriores a las últimas glaciaciones; probablemente, siguiendo al hombre en sus primeras rutas comerciales. 
Se diferencia de la de ciudad por su menor tamaño y mayores orejas. Otro detalle para diferenciarlas es su larga cola, formada por característicos anillos escamosos, de forma redondeada y una longitud que supera notoriamente la de la cabeza más el cuerpo. De hábitos esencialmente nocturnos; es difícil verla durante el día trepando por árboles o refugiándose entre la maleza.
En los Acantilados es casi casual ver las ratas merodear por sus laderas y calas; no obstante, la afluencia masiva de visitantes, y por ende el aumento de los deshechos, parece que han contribuido a la aparición de estos roedores por sus rincones; aunque a decir verdad, tienes que estar mucho rato de observación en un mismo lugar, para poder verlas.
Su parición es fulgurante, y no hay rama, árbol, o arbusto que se les resiste en su escalada; trepando hasta las ramas más altas para conseguir alimento.
Está en constante alerta, girando sus orejas en todas direcciones pare percibir el más mínimo sonido de peligro; diferenciando inteligentemente, cuando es un ruido de falsa alarma, o un ruido que puede poner en peligro sus existencia.
Es una glotona empedernida; su apetito no tiene fin, dando multitud de viajes hasta el lugar donde ha hallado el alimento, hasta acabar con él. Es en esta situación, cuando su vulnerabilidad es mayor; pues su ansia de comer, hace que se relaje en su estado de vigilancia.
Aún cuando se ha constatado, que en los tiempos actuales hay una regresión de la población de rata de campo, sigue siendo un roedor abundante; desempeñando un significativo papel en el ecosistema, fundamentalmente al servir de alimento a muchos carnívoros y rapaces; particularmente ahora que la enfermedad del conejo ha diezmado la población de éstos; por lo que la importancia del conejo en la cadena alimenticia ha sido reemplazada en cierto aspecto por la rata.
Será complicado osado caminante que en tus rutas por los Acantilados te encuentres alguna vez con una rata, pero ten en cuenta que "haberlas haylas......."