V ANIVERSARIO















Aprovechando que ya son cinco años adulándonos con los encantos que ofrecemos a quienes nos visitan, ha sido más que tiempo suficiente, para hacernos aunque sólo sea por una vez, con las riendas de este discurso ñoño, remilgado y sensiblero al que nos tiene acostumbrado este mojigato autodenominado cronista de nuestros rincones. ¡Vaya sorpresa que se va a llevar cuando publiquemos y lea en su blog nuestros pareceres!

Estamos orgullosos de nuestros encantos, ¡cómo no lo íbamos a estar! Pero para qué sirve ofrecer tanta belleza, si quienes nos visitan, arrasan con su masiva presencia, lo que tenemos de atractivos. Estamos hasta el gorro del incesante peregrinar de romerías programadas cada fin de semana. Padecemos de los nervios con el dichoso estrés hídrico, para que además nos pisoteen incesantemente, los miles de andarines, que buscan una autofoto con nosotros de fondo. ¡Maldita gracia que nos hace sonreír en tal absurdo momento, para que el feliz caminante se vaya satisfecho, y pueda mostrar a sus allegados el lugar tan paradisíaco por el que ha realizado su andanza! ¡Y qué decir de esos locos que juegan a ser un cormorán, un delfín o un superhéroe en lomos de esos artilugios!

Cuando éstos se van, y da la sensación de que vamos a vivir unos momentos de absoluta placidez, aparecen esos otros seres tenebrosos, tanto por tierra como por mar, que no se contentan con inmortalizar su presencia por nuestros senderos y rincones, como lo hacen el resto de visitantes. ¡Todo lo contrario, para nada quieren que su presencia se visualice! Estos seres son aún más insaciables y ruines, nos van robando poco a poco una parte de nosotros, que en la mayoría de los casos, son insustituibles. Pero nosotros nada podemos hacer. Estamos a merced de estos impresentables. Aunque gritemos a los cuatro vientos este constante saqueo, da la sensación que lo hacemos en una siniestra pesadilla, en la que por mucho que nos desgañitemos, nadie nos oye, nadie acude a nuestros gritos de ayuda. 

A pesar de tan angustiosos momentos, también vivimos momentos de placidez y sosiego. Nos sentimos dichosos cuando la hierba va apareciendo por toda nuestra piel, inundando de verde, ese verde esperanza, cada rincón y cada poro de nuestros rincones. Cuando las crías de cabras saltan alocadas por nuestras laderas. Cuando esas garzas imperiales deciden hacer un alto en el camino, posándose en nuestras rocas y en nuestros árboles, después de tan fatigante jornada. Cuando ese buitre negro, algo alejado de su entorno, nos sobrevuela majestuoso. ¿Lo habrá traído su curiosidad o nuestra fama? O tal vez, ¿le habrá llegado los rumores de que por aquí podrá encontrar esos cadáveres abandonados a la intemperie por los despreciables visitantes? 

Igualmente nos alegramos, cuando esa catarata vuelve a saltar y a llenar con su ruido ensordecedor, las tranquilas aguas de ese rinconcito elegido para precipitarse sobre el mar. Cuando este fenómeno ocurre, nos sentimos felices de observar los rostros asombrosos de quienes se atreven a llegar hasta los pies de tan espectacular caída. Cuando nos sobrevuelan seres de todos los tamaños, tanto ese ejemplar de pescadora joven, como los cientos de mariposas que nerviosamente se mueven de hoja seca en hoja seca, de rama seca en rama seca, o de piedra en piedra. Los momentos tan angustiantes que vivimos por falta de agua, no han dado para ofrecerles muchas flores sobre las que posarse.
También tenemos momentos agridulces, cuando aparecen los camachuelos trompeteros,  desconocidos para nosotros, y con sólo su presencia, nos transmiten cierta intranquilidad. En un primer momento, nos dan alegría por que somos hospitalarios con cualquier visitante, pero cuando ellos aparecen con cierta asiduidad, nos producen cierta alarma, pues provienen de lugares desérticos o semidesérticos, y nos entran las dudas, de que, ¿no nos estaremos convirtiendo en el lugar adecuado para que se asienten definitivamente? Los miedos en este caso, tienen su fundamento, pues a pesar de las lluvias caídas, vamos mostrando durante la mayor parte del tiempo, nuestros colores más ocres y apagados del traje de la sequía; y esta vestimenta la llevamos luciendo durante bastante tiempo, y tiene apariencia de que está hecha con un material resistente y duradero.
No queremos abandonar la vestimenta ni la apariencia que nos han dado la fama, que actualmente tenemos, queremos que nos presten las atenciones debidas, y que si con tanta rimbombancia nos pusieron un nombre, que se actúe conforme a nuestra denominación. ¡Queremos sentirnos soberanos y seguros en estos momentos tan delicados para nuestra supervivencia!


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario