El paso del tiempo la ha convertido en la Torre más emblemática de cuantas se alzaron por esta zona costera. Su silueta inclinada y recortada es rápidamente reconocida. Lleva haciendo funambulismo, cientos de años, el único lienzo que queda de ella. Lo que fue una hermosa torre, majestuosa, esplendorosa y señorial, es ahora una baluarte totalmente expugnable. Hasta un simple “barquichuelo” manejado por simples pescadores pondrían su pendón en lo más alto de la fortificación.
Quizás, el terreno tan inestable elegido para su ubicación, no fuese el más apropiado; unido al emplazamiento tan cercano al mar, presagiaban ya, un futuro nada cierto. Este mar, que aunque suele ser bonachón, los aires de Levante lo sulfuran en demasía. Y, un Levante, tras otro Levante, tras otro, han ido pagando su furia contra tan inofensiva edificación; y tanto Levante enfurecido, al final, termina moldeando a su antojo la costa, y sacando sus vergüenzas a quien se ponga por delante.
Pero ella, indiferente y provocando a los fuertes vientos de temporales y ciclogénesis yergue majestuosa su desnudez; y ya no le avergüenza que su intimidad aflore. Antes era más pudorosa, máxime por el tiempo que le tocó vivir, y por que había sido construida para ser inexpugnable. No debía rendirse ante cualquier apuesto bajel manejado por seductores bereberes. De mantener su honra inconquistable dependían muchas vidas, tanto de su guarnición permanente, como las vidas de la población civil cercana.
Pero como la más débil, o quizás como la más expuesta, de cuantas torres cercanas se levantaron en la línea de costa, le ha tocado a ella exhibir sus interioridades. Pero se lo toma con humor. Le lleva gastando bromas, y haciendo constantemente guiños y carantoñas a la implacable gravedad, sabiendo que tarde o temprano sucumbirá ante tan poderosa enemiga; pero su misión está ya más que cumplida. Sus hermanas cercanas, herméticas por el poder que les confieren su construcción, serán las que quedarán para mostrar a las generaciones futuras el Imperio del que formaron parte.
Aquí no ha sido el paso inexorable del tiempo, ha sido el paso inexorable de una ola, otra ola y otra. Esas olas que van socavando y horadando lentamente a la piedra más resistente.
Así que, aventurero osado que de vez en cuando te asomas a los distintos balcones de los Acantilados; quizás algún día, cuando intentes buscar aquella silueta recortada en el pedestal de la playa abarrotada que elegiste para zambullirte en las agua límpidas de los Acantilados, esa silueta ya no esté. La Tierra ejerció toda su fuerza para atraer hacia sí, los materiales que un día le arrebataron, para realizar tal construcción.
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