Paloma torcaz (Columba palumbus)














La paloma torcaz ha sido quizás la especie de paloma que mejor se ha adaptado a los cambios sufridos en los últimos años. Ha sido al igual que la tórtola turca, la que ha ido poblando todos los rincones de nuestros alrededores. Ha sido capaz de relegar de las zonas donde se ha desarrollado,  a sus primas las palomas “bravía” y  “zurita”.  Antaño, aunque su visión también era frecuente, se mezclaba en su volar con bandos de zuritas y bravías. Quedando relegada su observación a zonas de montaña en las que se desenvolvía como pez en el agua. Actualmente, hasta los Acantilados se han visto agraciados con la presencia de esta paloma de porte señorial.

De la paloma torcaz tengo una anécdota difícil de creer,  que no es fruto de sueño alguno, ni hubo truco realizado de magia alguna. Llevé a mi hermano mayor, cazador él, de toda la vida, a recorrer una zona de la sierra que rodea nuestra comarca, que había sido pasto de un incendio el año anterior. Fuimos a ver cómo iba regenerándose toda la zona afectada por el incendio, cuando llegando a unos de los pinares afectados por las llamas, vimos un gran bando de palomas torcaces en las ramas de los pinos calcinados y en el suelo. Mi hermano emulando un lance de caza, rápidamente hizo el gesto de encararse la escopeta y apuntando al bando realizó un disparo. El bando ya cercano, asustado por el ruido bucal del disparo, por el movimiento realizado del ficticio lance o simplemente por nuestra cercanía, voló despavorido en todas direcciones.

Seguí con la vista como el gran bando se dispersaba asustado por todo nuestro alrededor, cuando mi hermano me dice: “Allí, junto a aquel pino grande, ha caído a la que le pegado el tiro”. Comienzo a reírme ante tan ocurrente idea. Pero él insiste y me dice: “Que sí, que allí ha caído”. “Vamos por ella”. Entonces nos dirigimos hacia el gran pino donde él había visto de caer la paloma; y ante mi sorpresa en el suelo yacía medio muerta una paloma aleteando, con las dos alas partidas. La metimos en la mochila, y terminó sus existencia dando sabor a un puchero que mi madre hizo al día siguiente.

Yo me quedé estupefacto cuando vi a la paloma aleteando en el suelo. Si no lo hubiese visto y presenciado con mis propios ojos, pensaría que se trataba de otra de las historias del barón de Münchhausen. Pero fue realmente como os lo he contado. Desgraciadamente, mi hermano ya no puede corroborar tan enigmático y sorprendente lance, pero ha sido siempre que nos reuníamos y salía a colación algún lance de caza, nuestra anécdota preferida contada a unos y otros.

Así que osado y atrevido caminante que te adentras por estos parajes, si por casualidad ves un grupo de torcaces, aquí no se ven bandos como aquel; ni se te ocurra hacer el gesto gracioso por dispararles, por que puede que se cumpla el dicho de que, “las armas las cargas el diablo”, aunque ese arma se haya improvisado sólo con tus manos.

A partir de entonces, tampoco a mí, jamás se me ocurrió realizarlo.

Dedicado a mi hermano el “Barba”.


 

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