Herrerillo capuchino (Lophophanes cristatus)















Esta criatura, que sobrevuela los pinares de los Acantilados, no pertenece ni tiene relación alguna con ninguna congregación monástica, a pesar de su apellido “capuchino”; aunque su austeridad de colores, autonomía, fraternidad en la que vive y la capucha tan característica de su cabeza, bien podrían ser los pilares de cualquier orden franciscana. No comparte monasterio, pero sí hábitat con su pariente el herrerillo común mucho más vistoso y llamativo. Su apellido “capuchino “ pesa mucho a la hora de la discreción con que nuestro protagonista se desenvuelve entre los pinos; pues cuando paseamos, podemos identificar claramente al bullicioso carbonero, al estridente garrapinos, al inquieto agateador, pero nos costará más identificar al herrerillo capuchino. Sus tonos más discretos, su inquietante saltar de una ramilla a otra, hace que su identificación nos resulte mucho más difícil.

Necesitamos de un oído experto en sintonías pajariles para discernir si el canto que escuchamos, es el de nuestro protagonista, pues será la clave para una primera visión. Después será la percepción de esas plumas erizadas sobre su cabeza la que nos confirmará, ya sin ningún lugar a dudas, que el pajarillo que tenemos cerca es el “capuchino”. Pero lo que más nos sorprenderá de su visión, será su iris parduzco que con la luz solar se vuelve de un tono rojizo. Este detalle es complicado de verlo al natural, suele contemplarse con más claridad en las fotografías realizadas. ¡La magia de la escritura con la luz!

No es un ave muy abundante por los pinares de los Acantilados, pero su presencia se hace notar por zonas de pinos muy concretas. Tampoco frecuenta los puntos de agua durante las horas más tórridas, aunque si somos constantes podemos contemplar su entrada para saciar esa sed tan presente en todas las especies que deambulan por estos lares. Las imágenes que podéis contemplar son frutos de varios años acumulando encuentros con esta avecilla; unos, encuentros casuales, otros más planificados para poder presentar con todo su esplendor tan desconocida ave. No han sido muchos más los momentos en los que se ha dejado de ver. Su canto lo hemos escuchado más de los que su visión nos ha permitido.

Experto caminante que te adentras por los intrincados senderos de los pinares de los Acantilados, quizás en algún tramo de la senda, resuenen en tus oídos notas musicales que te trasladen en lo más profundo de tu ser, a un mundo conventual; que la magia del momento no te haga seguir por ese camino monacal, sencillamente son las notas de un simple “capuchino” que alguna maligna sirena te hace llegar como melodías gregorianas.


 

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