Flor de la estrella o Lapiedra (Lapiedra martinezii)













Estamos en el mes de julio, ha sido uno de los años, pluviométricamente hablando, de los más secos que se tenga constancia. Se han producido restricciones para el ahorro de agua durante el verano. Nunca antes, se había conocido una medida como ésta en una zona que vive del turismo; y por ende, hay que tratar al turista mimosamente. No se le puede alterar su rutina, y menos proponerle medidas restrictivas que puedan condicionar en lo más mínimo la estancia y disfrute de sus vacaciones por esta zona.

Se ha cortado el agua para el riego de los frutos tropicales que tanto se han expandido por toda la comarca. Los agricultores están tomando medidas aceleradas y a contrarreloj para salvar las cosechas de frutos que están madurando apresuradamente en los arboles. Las bombas de los pozos están trabajando a marcha forzada; intentando extraer hasta la última gota de tan preciado líquido para hacerlo llegar a árboles y viviendas. El pantano cercano que abastece a gran parte de la comarca, se encuentra en su mínimo histórico. El campo totalmente agostado presenta una imagen desoladora por cualquier rincón que se mire.
Pues a pesar de tan devastadora imagen, en un rincón escondido de nuestros Acantilados, crece como si con ella no fuera la cosa, nuestra hermosa florecilla. Esta planta tiene el coraje de florecer cuando menos apetece salir al campo. Para ella la sequía le estimula y le fuerza a luchar contra los bríos del tórrido verano. Quizás porque tenga el arrojo y la determinación de la mujer del siglo XIX que le da nombre. 

Tiene una historia muy interesante, pues debe su nombre a una mujer gaditana botánica de afición. Hace un par de siglos, sobre 1816,  uno de los mejores botánicos que ha dado España, Don Mariano Lagasca (Director del Real Jardín Botánico), le puso nombre de su descubridora:  “Lapiedra martinezii”.
Me han contado la historia de que el encuentro entre tan insigne botánico y la descubridora de la planta, se produjo por nuestra comarca. Viajaba don Mariano por estos lugares cuando tuvo noticias de que había una maestra aficionada a la botánica. Tuvo interés por conocerla. Durante ese encuentro, la maestra botánica informó a Don Mariano de que había encontrado una planta a la que no identificaba. Observada la planta y sin encontrar documentación sobre la misma, quiso nuestra protagonista que se le pusiera a la planta descubierta, el nombre de tan insigne botánico. Pero estamos en plena época romántica, y tan insigne personaje no podía atribuirse tan alto honor, máxime cuando la descubridora había sido una dama. Fiel a los postulados en vigor de la época, Don Mariano puso el nombre a la planta de tan admirada maestra.

Dicha historia no he podido corroborarla, ni hay datos fehacientes sobre la misma. Pero como nuestras vidas están formadas por muchas otras historias más perniciosas, que nos han contado y que hemos dado como ciertas; me ha aparecido interesante y bonita, esta inocente historia, como para hacérosla llegar.


 

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