A principios de los ochentas del siglo pasado, enfrascados en realizar un estudio de impacto medio-ambiental, que hiciera viable la declaración de los Acantilados como Parque Natural (quedaron al final como Paraje); oíamos ya, de que el águila pescadora había habitado esta zona. No quedaba claro, desde cuándo, ni cuál fue la última vez que se había avistado. Todo quedaba en esa nebulosa mental y temporal de lo oído, de lo escuchado, de lo dicho por otros; pero sin tener referencia exacta, ni menos aún, constatación gráfica de su presencia por estos parajes.
Para nosotros, ojos avisores por captar el mayor numero de diversidad faunística, era algo fabuloso que un águila pescadora hubiese surcado estos parajes. Entre nuestros sueños, se encontraba el poder divisar tan magnífica rapaz. ¡Pero, nunca sucedió!
Hasta los estudiosos de la época señalaban que el gran nido construido en unas de las paredes rocosas de los Acantilados (que aún queda en pie), era el lecho nupcial de esta especie. Estudiosos posteriores, con más información sobre la especie, y sobre el resto de aves, argumentan que dicho lecho, es efectivamente de águila, pero no de águila pescadora alguna. Apuntan más bien, a su pariente “la calzada” como constructora de tan robusta, concienzuda y entretenida obra.
Pero como bien dice el refrán: “Cuando el río suena, agua lleva”. Tanto sonaba la presencia de la pescadora, que de lo transmitido oralmente y escuchado, se ha pasado a la observación de la especie. Se lleva advirtiendo su presencia desde hace varios años, no de manera habitual; y lo que es más importante, cada vez se tiene más confirmación gráfica de sus andanzas por estos lugares. También hay que señalar que los medios de los que disponemos actualmente para la observación de la fauna salvaje, son más variados, de más calidad, y están más al alcance, de los que disponíamos por aquellos años.
Como gran águila que es, su contemplación no está exenta de bastante dificultad. Su gran agudeza visual hace que normalmente ella nos descubra a nosotros antes, por mucha cautela que pongamos; por los que el acercamiento es casi imposible. Si a su agudeza visual, unimos su fácil confusión con inmaduros de gaviotas en vuelo; nos encontramos con una especie, que sólo podrá ser observada y reconocida si portamos unos prismáticos que nos den luz sobre la especie en vuelo: su silueta de alas, su antifaz negro, su pico,…… Sólo así podremos tener la certeza de que nos encontramos ante tan extraordinaria rapaz.
Su presencia cada vez más habitual por los Acantilados, hace que éstos vaya adquiriendo una biodiversidad que nunca debieron de perder. Sólo restaría que Cupido e Himeneo utilizaran de todas sus influencias para que una pareja decidan formar un hogar por estos parajes.
Difícil lo van a tener, ¡pues son tantos los inconvenientes! ¡Pero el amor, todo lo vence!
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