Los cambios paulatinos y pausados de tonalidades del verde hacia toda la gama de marrones; la preponderancia de los colores propios de la tierra; los brotes ajados; el crujir de la ramas; la aspereza del roce contra las plantas, la sensación de bochorno…….. la sequía, va expandiendo inmisericorde su sombra siniestra por los Acantilados.
Esta vez, como correligionaria de la muerte más despiadada, no ha tenido compasión alguna. En una bacanal de destrucción no ha soslayado ser vivo alguno. Todos han ido sucumbiendo a su penetración insondable.
Helios ha aprovechado la coyuntura para aliarse con ella; su fortaleza y ahínco, unidos a la insistencia de la seca, han sido devastadores.
No ha habido ser vivo que no haya sucumbido ante tan nefasto dúo. Únicamente las chicharras muestran su alegría lanzando a los cuatro vientos de los Acantilados su estridente canción.
Robustos árboles han ido marchitándose ante el avance de tan devastador enemigo; ni las brisas más encantadoras provenientes del mar, han podio revitalizarlos. Se han agarrado con ramas y hojas a esa húmeda sensación de vitalidad; pero rápidamente, eran desasidos por el implacable e iracundo Helios.
Caminar por los Acantilados, te traslada a escenarios propios de grandes catástrofes, provocadas por incendios destructores; pero en este caso, sin haberse producido llama alguna. Es tal la desolación que siempre brota en la mente la misma pregunta: “¿Será posible una recuperación de estos Acantilados de tan desgarradora sequía?”.
Tan sólo, la inmensidad del mar nos transmite una sensación fugaz de alegría ; pero a la vez contradictoria de tristeza y rabia. Alegría, porque somos sabedores, de que a partir de esa colosal masa de agua, surgió la vida; pero de tristeza y rabia, porque teniéndola tan cerca, no puede destinarse de manera inmediata, a contrarrestar los efectos que la sequía provoca a su alrededor.
¡La sequía no sabemos si está para pasar una inquietante y larga temporada entre nosotros, o nos visitará con más asiduidad de lo que quisiéramos!