Sequía

 













Los cambios paulatinos y pausados de tonalidades del verde hacia toda la gama de marrones; la preponderancia de los colores propios de la tierra; los brotes ajados; el crujir de la ramas; la aspereza del roce contra las plantas, la sensación de bochorno…….. la sequía, va expandiendo inmisericorde su sombra siniestra por los Acantilados.

Esta vez, como correligionaria de la muerte más despiadada, no ha tenido compasión alguna. En una bacanal de destrucción no ha soslayado ser vivo alguno. Todos han ido sucumbiendo a su penetración insondable. 
Helios ha aprovechado la coyuntura para aliarse con ella; su fortaleza y ahínco, unidos a la insistencia de la seca, han sido devastadores.

No ha habido ser vivo que no haya sucumbido ante tan nefasto dúo. Únicamente las chicharras muestran su alegría lanzando a los cuatro vientos de los Acantilados su estridente canción.
Robustos árboles han ido marchitándose ante el avance de tan devastador enemigo; ni las brisas más encantadoras provenientes del mar, han podio revitalizarlos. Se han agarrado con ramas y hojas a esa húmeda sensación de vitalidad; pero rápidamente, eran desasidos por el implacable e iracundo Helios.
Caminar por los Acantilados, te traslada a escenarios propios de grandes catástrofes, provocadas por incendios destructores; pero en este caso, sin haberse producido llama alguna.  Es tal la desolación que siempre brota en la mente la misma pregunta: “¿Será posible una recuperación de estos Acantilados de tan desgarradora sequía?”.

Tan sólo, la inmensidad del mar nos transmite una sensación fugaz de alegría ; pero a la vez contradictoria de tristeza y rabia. Alegría, porque somos sabedores, de que a partir de esa colosal masa de agua, surgió la vida; pero de tristeza y rabia, porque teniéndola tan cerca, no puede destinarse de manera inmediata, a contrarrestar los efectos que la sequía provoca a su alrededor.
 
¡La sequía no sabemos si está para pasar una inquietante y larga temporada entre nosotros, o nos visitará con más asiduidad de lo que quisiéramos!


El ciclo de la vida: “Juventud”













Cuando hablamos de juventud, se nos viene casi inmediatamente a la cabeza la frase hecha de: “Juventud divino tesoro”. Son tantas las vivencias positivas acumuladas durante tan bello periodo, que cuando lo vemos con la perspectiva de la persona madurada a fuerza de responsabilidades y decisiones; pensamos siempre que ha sido el mejor momento de nuestras vidas.

El periodo de juventud en la cabra, nada tiene que ver con el mismo periodo en la especie humana, a pesar de tener tantos genes en comunes. Si pudiésemos encontrarle alguna similitud, ésta sería con la estación del otoño en los Acantilados: “Es tan efímera, que apenas se observa su presencia”. 
La cabra pasa rápidamente de la infancia a la adultez en un corto espacio de tiempo; por lo que, su juventud es fugaz; pasa, de depender de las atenciones de la madre, a la más absoluta independencia en un santiamén.

En un suspiro, de apenas dos o tres años, tienen que aprender vertiginosamente todos los secretos, ardides y entresijos de los Acantilados para prolongar su vida lo máximo posible.
Tendrán que aprender a mitigar los largos calores y extensas sequías que se instalan por estos parajes. Tendrán que aprender dónde se encuentra la comida en cada momento; y lo que es más importante, tendrán que aprender a diferenciar, si lo que va colgado al hombro de los caminantes, es una colorida sombrilla de playa, o la camuflada funda del fusil que acabará con su vida.

Los Acantilados serán un liceo acelerado de la vida para las jóvenes cabras. El claustro de profesores lo forman los individuos de la manada. Cada uno irá enseñando al joven todo el lenguaje corporal y acústico necesario para mantener el orden y el máximo número de miembros de la manada. Aquí no hay tiempo para repeticiones de curso. Si algo no aprendes te puede costar la vida; por lo que la juventud es un estado constante de alerta y aprendizaje.

La juventud es un periodo casi vacío, de poca aportación a la manada. No podrán ayudar a la crianza de los chotos nacidos, ni participarán en los cortejos de la época de celo. Andarán a veces vagabundeando agrupados en pequeños grupos, o a veces en solitario, por los Acantilados; o unidos a algún macho viejo solitario (de estos hay pocos) de los que aprender a saber defenderse en este medio tan hostil. De aquí, que sea un tiempo donde se establecen profundos vínculos entre los miembros jóvenes de la manada, que perdurará hasta que tengan la mala fortuna, de cruzarse con alguna bala certeramente disparada.
¡La realidad aquí es mucho más dura, porque lo que está en juego es la vida!


 

Urginea marítima (cebolla albarrana)













Vamos narrando espaciadamente, los secretos y quehaceres que acontecen por estos parajes tan singulares. 

Cuando nos referimos a las plantas, rápidamente se nos viene a la cabeza la estación de la primavera. La estación por excelencia de flores y plantas. Siendo el verano la época menos propicia para hablar de plantas y  las bonanzas o utilidades del reino vegetal. Pero es durante el verano cuando nuestra estrella hace acto de presencia; por lo que no podíamos pasar por alto, esta planta tan habitual y desconocida; toda una superviviente de las condiciones extremas que se dan por estos Acantilados.

Esbeltas varillas florecida han ido apareciendo por los distintos prados y herbazales de todos los parajes, dando colorido y vivacidad a tan languidecido entorno.
Esta cebolla es una superviviente que se atreve con todo, siendo la reina de la resistencia a las inclemencias tórridas; pues florece al final del verano, cuando nuestros Acantilados están al borde del agostamiento. Es tal su fortaleza y peligrosidad, que no se deja comer ni por el ganado; ni siquiera, por los osados jabalíes.
Es tan ponzoñosa que se incluye en la lista de plantas cuya venta al público queda prohibida o restringida por razón de toxicidad. Tiene efectos perjudiciales similares a la digitalis (una droga que regula la velocidad y fuerza del latido cardiaco); también produce vómitos, mareos y convulsiones.
De ahí, que cualquier animal pase de largo ante su presencia, y busque alimento lejanos al lugar donde se encuentra nuestra protagonista. Todos huyen de ella, no quieren verse en la necesidad de probarla ante la falta de alimentos verdes durante ese periodo por los Acantilados.

¡¡ Osado veraneante, si durante tu bajada a las playas idílicas que forman estos parajes, recuerdas que, para la ensalada fresquita que tomarás a la sombra de tu gigantesco parasol, se te olvidó un poco de cebolla y ves que junto a la vereda asoma el bulbo de una apetitosa cebolla, piénsalo bien antes de cogerla y agregarla al resto de ingredientes !!
Porque lo que vas a coger, no es un bucólico bulbo ecológico olvidado por un ecoagricultor perdido por estos parajes.