Es de los pájaros más activos y abundantes de estos Acantilados.
No es una especie rara ni llamativa, que se acerca por estas latitudes a invernar ni veranear. Es de los fijos, teniendo en estos parajes, su residencia durante todo el año. Es natural de estos Acantilados.
No es de las aves que los ornitólogos ni fotógrafos vienen expresamente a observarlos, ni a captarlos con sus cámaras, para llevarse esa instantánea única, de una especie fuera de lo común, que poder subir a las webs de naturaleza del espacio cibernético, para ser reconocida por toda la comunidad fotográfica.
Es tan común, que suele ser, ese otro “pajarillo” (passeriforme) que anda por ahí. Es un pajarillo más, que para todos los comunes mortales que pisan estos Acantilados, forma parte del gran grupo vulgar de los “gorriones”.
Para los cazadores de la zona se le conoce como “colita rubia”, y era de los que también engrosaban, el listado de víctimas de nuestras “trampas” y escopetas de perdigones (balines para sectores más cultos).
Tiene un canto sonoro y audible, que llena las laderas y monte bajo de los Acantilados; dando una nota de alegría, vida y diversidad a todo el entorno. Aparece en los momentos en que los Acantilados viven esos instantes de calma donde no se mueve nada; esos instantes de absoluta inactividad, donde parece que todos los seres vivos han sido tragados por la tierra; y son, en esas ocasiones donde por arte de magia, con su volar grácil, aparece el colita rubia, para hacernos saber que ellos también son parte importante de la avifauna de estos Acantilados, y que sobre todo, no son “gorriones”.