Garceta Común (Egretta garzetta)













Este ave estilizada, asidua de las grandes extensiones de arrozales de nuestra Península, también muestra cierto interés por nuestros Acantilados. No es de las aves que se prodiguen constantemente por sus orillas, pero suelen verse con cierta asiduidad.

Su silueta blanca, estilizada, con esas patas totalmente negras, se recorta sobre las grandes rocas oscuras de nuestros Acantilados.
Bien en solitario o en pequeños bandos recorren las orillas de nuestros Acantilados, en busca de esos pequeños peces, anfibios e insectos (tanto larvas como adultos) acuáticos y terrestres, con los que alimentarse.

Al igual que su pariente, la garza real, hace su aparición de forma sigilosa y silenciosa.  De roca en roca, en la zona de rompiente, irá escudriñando cada hendidura en busca de insectos. También la veremos inmóvil, casi petrificada, esperando el momento con el que alcanzar con su pico a ese pececillo despistado que terminará siendo arponeado certeramente y engullido.

Como cualquier ave, se muestra alerta al más mínimo movimiento, por lo que su observación se hace difícil ante el constante ajetreo de nuestros Acantilados, siendo los meses de invierno, donde su observación es más factible, ya que las playas por razones obvias son menos frecuentadas.

No son nuestros Acantilados lugar de reproducción y cría de esta estilizada ave; más bien, podríamos decir que los Acantilados debido a su benigno clima invernal, le sirve de refugio en tan heladores meses; por lo que llegada la primavera, desaparecerá de nuestras costas.

Atrás quedaron los tiempos en los que esta ave, era perseguida por sus plumas para adornar los sombreros de moda de la época, y que hizo que su población estuviera amenazada. Pasada la moda de sombreros, la garceta puede volar tranquilamente, sin temor a ser apresada para terminar decorando las pamelas de las distinguidas damas.


 

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