A medida que se va teniendo más información sobre las orquídeas, es más complicado discernir a qué tipos pertenecen las distintas especies que vamos observando en nuestros paseos. Este es el caso que se nos presenta con nuestra protagonista la Papilionacea.
Aunque pertenece al género Anacamptis, no queda muy claro que por sus características pueda incluirse a este género, pues hay autores que mantendría en este género sólo a la Pyramidalis, por lo que la Papilionacea, pertenecería al nuevo género Herorchis, más propio el nombre de centro comercial que de bellísimas flores.
No vamos a entrar en discernimientos ciéntificos de pertenencia o no a un género u otro; ni si la nomenclatura empleada es la más adecuada para nombrar a ciertas plantas. Nos centraremos en la belleza de esta orquídea que podemos encontrar en nuestros paseos por los Acantilados.
Quizás sea la orquídea más fácil de divisar de todas, por su gran tamaño en relación con el resto de orquídeas, y por su colorido tan llamativo. En algunas ocasiones forma praderas, por lo que su visión todavía es más sencilla.
Para ello tendremos que estar atentos para divisarlas cuando nos adentramos por zonas menos expuestas al sol, pues son en esas zonas donde se dan en mayor número. También le gusta más los terrenos calizos, pero nos las podremos encontrar tanto en los pequeños bosques que se dispersan por los Acantilados, como entre los matorrales o zonas despejadas y prados.
Si la temporada ha sido aciaga en lluvias las probabilidades de poder observarlas se reducirán bastante, pero si las lluvias se han dejado de sentir con cierta copiosidad, las praderas y márgenes de las veredas nos irá ofreciendo los encantadores tonos rosados con los que se nos mostrará la Papilionacea. Su semáforo rosado se divisará a cierta distancia, dando ese tono primaveral al campo.
Pero es al acercarnos para su observación, cuando nuestra “mariposa” nos va ofreciendo toda su belleza: sus inflorescencias de tonos rosados; sus sépalos, sus labelos,….. quedamos prendidos por unos instantes en la contemplación de todo su esplendor.
A partir de este momento, ha perpetuado sobre nosotros, el hechizo de no olvidar, que hay mariposas estáticas, que están resignadas a mostrarnos todos sus encantos, atrapadas por unas raíces, que no las dejan volar en libertad.
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