Tenemos que remontarnos a finales del siglo pasado. Estábamos atareados en la realización de un estudio de impacto medioambiental para declarar estos Acantilados, “Parque Natural”.
Acompañaba por esos años, a un amigo biólogo al que habían encargado la realización de dicho estudio por parte del entonces ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza).
Estuvimos todo un año dedicado a la observación, estudio y fotografía de los ecosistemas que conformaban los Acantilados.
Durante ese periodo de andanzas por todos los rincones de los Acantilados; conocimos a multitud de personajes, que de una u otra forma formaban parte de esos Acantilados. Algunos muy peculiares, que arrastraban a sus espaldas historias dignas de las mejores novelas y guiones cinematográficos.
Quedaba todo por descubrir en estos Acantilados, todavía pocos conocidos fuera del ámbito comarcal, o de círculos muy restringidos. No había veredas señalizadas de ningún tipo; alguna que otra senda, utilizadas sobre todo por los pescadores, que descendía hasta las calas más escondidas. Algunos carriles, donde más de un vehículo se quedaba atascado, sin poder subir hasta la carretera principal, y una carretera mal asfaltada con una pronunciada pendiente, que descendía hasta la playa más famosa de los Acantilados.
Habíamos pasado varias veces por delante de su puerta. Era una casa muy funcional, recién construida. Algo alejada de la vivienda principal, una “corraleta” para la crianza de algunos animales. Unos terrenos labrados alrededor de la vivienda, conformaban unos huertos de subsistencia.
Amablemente, unos de los días que pasamos por su casa, nos invitó a tomar una cerveza. Aceptamos y estuvimos charlando durante bastante tiempo de nuestras vidas respectivas, y del por qué de nuestra presencia tan reiterativa por los Acantilados.
Nosotros bien poco podíamos contarle; éramos dos jóvenes que empezábamos a interesarnos por la Naturaleza de nuestro entorno. Nuestro anfitrión, ya adentrado en la sesentena, nos fue contando sus andanzas por este mundo, hasta asentarse, según decía, definitivamente, en este lugar recóndito donde ahora se encontraba.
Era de rasgos muy marcados, de cuerpo encogido y enjuto; con unas arrugas propia ya de la edad y de su delgadez; y un habla pausado y envolvente que te iba atrapando.
Sólo me vienen a la mente retazos nebulosos de su historia. Recuerdos de esas tertulias, que siempre me han vuelto cada vez que he pasado por estos parajes, y que últimamente, que llevo visitando los Acantilados con más asiduidad, están continuamente en mi memoria.
“Había sido dueño de una compañía naviera en Cuba, la Transcubana, y según nos contó cuando llegó Fidel al poder, se la nacionalizó y él tuvo que exiliarse del país.”
Tampoco recuerdo con exactitud su estado civil, pero según creo recordar se había casado varias veces y otras tantas se había divorciado. Este es un dato que no sabría con exactitud si registrarlo como suyo, o bien podría ser de otra persona.
También nos contaba, esto si lo recuerdo con exactitud: “Que él tenía autorización de las autoridades competentes, para tener una pequeña plantación de marihuana. En aquella época todavía muy perseguida en nuestro país; pero que él tenía permiso, para venderlas a los laboratorios farmacéuticos para la fabricación de medicinas.
Apenas recuerdo algo más de sus historias, pero siempre me viene a la memoria la “Transcubana” cuando circulo por la carretera principal, que va paralela a los Acantilados, giro la curva hacia la izquierda, y veo su casa al fondo.