Ficus carica: la higuera













Muchos son los recuerdos y vivencias que podríamos escribir sobre la higuera. Sobre sus bondades y sobre el aprovechamiento de sus frutos, tanto al natural como secos. 

Nuestra tierra sin llegar a un cultivo extensivo de la la higuera, ha sido tierra de higueras; y éstas han tenido su importante papel en la vida de las personas de esta comarca.
Esta planta con millones de años a sus espaldas sobreviviendo sin y entre nosotros: como parasol de profeta; socorrido taparrabos de los primeros progenitores; como alimento de faraones para su alma durante el viaje a la otra vida. ¡Cómo no iba a estar presente en nuestros Acantilados.!  ¡¡¡Es que no podía faltar!!!

Hasta el mismo Jesucristo la maldijo porque no le dio sus frutos cuando se llegó para cogerlos. ¿ Y si no era la época? ¡¡¡¡ Pobre higuera, qué culpa tenía!!! Ahí venía que ni pintiparado otro milagro: conseguir que diera frutos aunque no era el tiempo.
Quizás ese hubiese sido el espaldarazo definitivo para glorificar este árbol fantástico, y no para maldecirlo. 

Las higueras que sobreviven por estos Acantilados tienen una vida más terrenal, más prosaica. Hermosas y robustas las que han tenido la posibilidad de estar cuidadas; estériles, escuchimizadas y acartonadas las que han sido dejadas a su suerte. Por estos parajes, aunque busques la suerte es complicado encontrarla; sobre todo en forma de agua que pueda saciar tu sed, o manantial que se filtre hasta tus raíces.
Pero a pesar de que hay más higueras acartonadas que robustas y sanas; éstas últimas tienen la humildad de olvidarse de que alguna vez, dieron sombra a profetas ilustres; y,  extienden su larga o ancha sombra a cuantos seres vienen a socorrerse del agobiante calor que se deja caer por estos parajes.

Igualmente ofrece sus modestos frutos a la fauna que conforma estos Acantilados, y que se acercan por sus alrededores para comprobar que no los han enterrados todos con los faraones para su largo periplo de ultratumba. Algunos escondidos quedaron entre sus grandes hojas o esparcidos por el suelo, y serán los que, esta vez sí, en su tiempo, quiten la penuria de cuantas cabras, pajarillos, ratas y hasta de algún caminante, osen acercarse hasta sus inmediaciones.

Este árbol, al igual, que los comentados en entradas anteriores, sobrevive a duras penas por estos angostos Acantilados.


 

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