Verano
















Siempre he huido del verano en los Acantilados, quehaceres, visitas familiares y decisión personal han hecho que durante el verano mis andanzas fueran casi inexistentes. Crea muchos recelos por estos parajes, que alguien con un teleobjetivo y cámara al hombro, se vaya paseando por zonas frecuentadas por millares de bañistas de toda índole y expuestos al sol a la calidez de las temperaturas veraniegas. 

Pero este verano ha sido distinto. Por imperativo legal, los he visitado como si de cualquier otra época se tratara, viviéndolos en toda su plenitud; y, la verdad es que ha habido de todo.

Primero, ha quedado de manifiesto que a pesar de haber carteles informando de que nos encontramos en un Paraje Natural, falta mucha información de lo que podemos hacer o no, en estos parajes; o simplemente, ha podido ser que, enaltecidas por las peticiones de libertad durante los meses anteriores por ciertos sectores, las personas que han venido a disfrutar de sus playas en aras de esa libertad, creían que podían hacer cuanto se les antojara.

Segundo, el ajetreo constante de lanzaderas llevando los visitantes a las playas, y su posterior subida hasta los aparcamientos donde habían dejado los coches; han dejado las plantas enharinadas, listas para ser fritas como si de cualquier ración de “pescaito” se tratara.

Tercero, la Naturaleza, a pesar de tenerlo todo en contra, ha seguido con su ciclo vital. La amanita verna, haciendo honor a su nombre, apareció a principios del verano, para intentar que algún incauto la pudiera confundir con un sabroso champiñón. Pero doy fe que sucumbió a los rigores del clima de estos parajes, y no hubo incauto alguno que la confundiera.
La cabra, sacando alimentos de debajo de las piedras, fue sacando su cría hacia adelante, enseñándole a tan novel descendiente cuantos peligros le pueden acechar en sus correrías por tan idílica zona. Algunos sucumbieron ante tan extrema meteorología.
Los camaleones hicieron su aparición después de tan largo letargo. Anduvieron con parsimonia por las senda, en su deambular de árbol en árbol.
Los pájaros sacaron como pudieron sus polluelos hacia adelante; algunos con más suerte que otros. De todo hay en la viña del señor, y las leyes de la Naturaleza, también en los Acantilados, son inquebrantables.

Y cuarto, el mar se fue llenando de toda clase de artilugio que pudiesen flotar; y también, de medusas.

Y....., hubo tanto ruido…….. que al final, por fin el fin.


 

Gaviota patiamarilla (Larus michahellis)













Hablar de la gaviota patiamarilla en los Acantilados, es quizás hablar de la colonia más abundante de gaviotas de estos parajes. Su presencia es habitual en cualquier ambiente de los que se dan en estos Acantilados: descansando en la orilla de las distintas playas; sobrevolando los barrancos y crestas que jalonan los acantilados; o posadas sobre las distintas rocas que caen sobre el mar.

Es una gaviota sedentaria, por lo que su presencia es habitual durante todo el año.Sus vuelos, piruetas y chillidos no pasan desapercibidos; sobre todo en época de cría, donde se muestran más agresivas ante la presencia de cualquier intruso. 

Es incesante su idas y venidas recorriendo la línea de costa de los Acantilados buscando un lugar tranquilo donde descansar; o bien,  adentrándose hacia el mar, donde también gusta de posarse sobre la superficie tranquila de la bahía.

Es una gaviota poderosa, con un pico potente y un abdomen más delgado en su conjunto. Posee unas altas patas, claro, de color amarillo, que le da un aspecto todavía más impresionante.
Es un espectáculo verlas descender a gran velocidad hacia las zonas donde el agua del mar  reverbera por la presencia de grandes cantidades de pescados; y verlas aparecer con una presa entre su pico.

A principios del siglo XX estuvo a punto de desaparecer, pero su población ha aumentado considerablemente, entre otras cosas por que es un ave muy oportunista, que ha sabido aprovechar las ingentes cantidades de alimento, que el ser humano le ha proporcionado con la ubicación de vertederos controlados e incontrolados cercanos a la costa.

A pesar de lo común de su presencia, no podemos de dejar de reconocer su bello porte, sus bellos tonos blancos y grises y su gran envergadura; sobre todo, cuando sin esperarla, te deja caer su sombra en sus vuelos rasantes.


 

Lentisco (Pistacia lentiscus)













Es la planta por excelencia de estos Acantilados. Prácticamente los Acantilados son lentiscos. No hay rincón en el que no aparezca esta “pistacia”.  Se encarga de darle colorido durante todo el año, a estos parajes tan castigados durante la época estival; y, protección y alimento a la diversa fauna de este ecosistema; siendo estos animales, los que indirectamente se encargan de dispersar las semillas por los lugares más recónditos.

El lentisco es un “arbusto” con un porte no muy alto, pero no porque no sea capaz de desarrollar un tronco y ramas importantes, si no por que su explotación para leña, nunca ha dejado que esta “pistacia” pueda desarrollarse como su primo el terebinto. 

El lentisco, como combustible, abastecería las caleras cercana hasta la finalización de su explotación.
Con la explotación de la planta en todas sus facetas, y los largos períodos de escasez de lluvias por estos pagos; el lentisco tiene a corto plazo, pocas posibilidades de alcanzar su desarrollo como árbol.

También se ha aprovechado sus frutos para la extracción de aceite, y su sabia emparentada con las del incienso y la mirra, también fue muy valorada. Desprende un intenso olor muy agradable en determinadas épocas del año, que llena con su aroma todas las laderas de los Acantilados.

Esperemos que en las próximas décadas los Acantilados se conviertan en un bosque de pistacias.