La siesta, esta costumbre tan nacional, alabada por unos y criticada por otros, de la que se ha escrito infinidad de artículos alabando sus bondades e inconvenientes; está presente cómo no, en el quehacer diario de la cabra de nuestros Acantilados. No debemos olvidar, que su nombre es capra pyrenaica “hispanica”, y nada más hispano que una “siesta”.
Llegado el mediodía, donde el sol, empieza a pegar de lo lindo por estos parajes; y tras la jornada nocturna de andanzas por los Acantilados, la cabra va buscando lugares tranquilos, donde poder echar esa “siestecilla” que le reponga de las horas perdidas de sueño.
Tarea dificil, ya más que recomentada en estos parajes, de buscar un lugar tranquilo donde sestear. Pero la siesta es mucha siesta, y además imperdonable no echarla; por lo que a pesar de todas las dificultades, siempre encuentran un sesteadero inigualable; ya sea en el sol, como en la sombra, donde pegarse esa cabezadita tan “reponedora”.
Aunque a decir verdad, cuando el cansancio les aprieta, cualquier sesteadero, puede ser bueno; cualquier postura idónea, para descansar esos minutos que nos pongan otra vez en disposición, de salir huyendo ante una repentina adversidad.
Cuando observas una manada a esas horas; vas viendo, como si fuese una partitura sincronizada a la perfección, a los ejemplares de la manada, doblar la cabeza por turnos no escritos. Mientras las cabras despiertas vigilan los cuatro puntos cardinales, el resto va dejándose acariciar por los efluvios del sueño.
Aquí comienza la sincronización: Unas vigilan y otras duermen; cuando estas últimas abren los ojos, las otras les relevan en la tarea sestil. Aleatoriamente, pero siguiendo los pasos descritos con anterioridad, van descansando. Sólo las sacarán de su estupor sestil, la llegada de cualquier intruso, que sin percatarse del momento tan crucial del que están disfrutando estos animales, las soliviantarán y pondrán en huida, en busca de nuevos parajes, donde si es posible volver a sestear.
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