Nuestros Acantilados se extienden entre unas montañas que en invierno se cubren de nieve, y unas playas donde la actividad lúdica es incesante durante todo el año. No hay estación, día ni hora, que cese la actividad, el trajín continuo, en estos parajes.
Observadores privilegiados de todo cuanto acontece en estos parajes nos encontramos a una especie animal: “la cabra montés”.
Identificada con altas cumbres, con riscos de vértigo, con piruetas sobre las rocas; la cabra se ha adaptado fenomenalmente a estos parajes, dando a estos Acantilados un atractivo singular, que atrapa a cuantos se acercan de una u otra manera a conocerlos.
No hay carretera, mirador, playa o senda, que no sean atravesados por la rápida carrera de estos animales que han encontrado en sus paredes cortadas, sus cerros o barrancos, lugar para llevar una vida “apacible” (veremos que no tan apacible posteriormente); rodeados, casi cercados por toda la vorágine de la civilización.
En estos Acantilados desarrollan todo el ciclo de la vida: aquí nacerán los chotos en primavera; aquí sentirán los rigores del verano (apaciguados por el mar); aquí tendrán que diversificar su dieta, adaptándose a cada estación (verano-invierno, no hay más); aquí se producirán las primeras carreras perseguidas por ese perro, tan bien educado, que una vez se siente libre de las cuatro paredes del piso donde habitan, vuelven a su naturaleza salvaje; y aquí se producirán los combates, que atronarán por todos los Acantilados durante la época nupcial.
Será en esta época donde se producirá la caza furtiva de los ejemplares, que escondidos de los rigores estivales, hacen acto de presencia durante este periodo, impulsados por ese instinto de prolongarse en la especie.
...... y se cerrará de forma traumática el ciclo de la vida.
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