Cuando el verano es excesivamente largo, no sólo nos trae sequía y una prolongada época de baños en nuestras acogedoras playas. Muchos son los compañeros de andanzas, nada benignos, que acompañan a tan duradera canícula.
Aparte de los tambores de restricciones de agua, que empezamos a escuchar por doquier; eso sí, cuando ya se fueron los millones de turistas a sus respectivos lugares después de malgastar tan preciado líquido, en piscinas, duchas……; el tórrido verano esparce por los Acantilados, un brote de Queratoconjuntivitis en el rebaño de “capra hispanica”. Brote que, cual Guadiana, aparece y desaparece sin una cronología lógica. Igual que aparecen ejemplares dañados por la enfermedad, ésta desaparece sin dejar rastro alguno
Se van viendo ejemplares, tanto jóvenes como adultos, por distintas zonas con síntomas de la enfermedad, sobre todo la zona debajo de los ojos, de un color más oscuro, producto del humedecimiento de esa zona, por la supuración de la infección. Así, como pequeñas costras alrededor de los ojos.
Ha empezado por ejemplares jóvenes, que a su vez, por su dependencia todavía en exceso de su progenitora, han terminado por contagiar a ésta también.
A duras penas y con movimientos torpes, se van desplazando por el difícil terreno de los Acantilados. Sus desplazamientos, con los ojos casi cerrados, debido a la fotofobia que le produce la infección, son cortos y girando siempre alrededor de una misma zona. Esta poca movilidad y la densidad de población de estos ungulados, hace que las probabilidades de contagio, aumenten entre los miembros de una misma manada.
Puede que este año, no sea tan contundente como la de años precedentes. Tampoco hay un control que pueda confirmar tal hipótesis, ni el dar un número de ejemplares realmente infectados. Lo que sí podemos corroborar es que en un espacio tan reducido, como son los Acantilados, el número de ejemplares con problemas oculares es muy alto; y esto, sí que se debería estudiar para dar algunas explicaciones sobre el por qué.
Hasta el momento nada hemos escuchado ni leído sobre el tema, y esperamos, como ocurrió con el brote anterior, sea la propia Naturaleza, la que obre en consecuencia sobre el asunto.
Seguimos teniendo la misma actitud en política ambiental, como en el resto de políticas sociales económicas. El no intervencionismo para que todo se autorregule.
Se crea un Paraje Natural, los cercamos de civilización por los cuatro costados, produciendo una presión descomunal sobre ellos; y por contra, dejamos ese enclave a su suerte, cual isla en medio del océano expuesta a ciclones y tornados de contratiempos. Se piensa que si no intervenimos sobre la Naturaleza ella misma se autorregulará, y crecerá según su capacidad; pero no queremos ver la presión que se ejerce contra ella con ingentes cantidades de visitantes, ingentes cantidades de embarcaciones surcando sus costas, el furtivismo marítimo y terrestre, y la sequía atroz que padecemos.
¿Estamos generando las mejores condiciones para esa autorregulación?