El Carrizal













Se van las últimas luces por la parte de Nerja. El sol engullido por el mar, lanza sus postreros rayos sobre el grupo de nubes que han quedado, después del día ventoso que se ha presentado,  moviéndose sobre el inmenso mar. El colorido de las nubes y lo caprichoso de sus formas, hacen que su contemplación nos dejen ensimismado.

Hacia el sur, cada vez más negro y tenebroso, se abre inmenso el mar. 

Hacia el oeste, hace apenas unos instantes, empezó el faro de Torrox a emitir sus diminutos destellos; pero suficientes para asegurar el rumbo de los barcos que surcan la zona. Será la única referencia de la existencia humana durante todo la noche. 

Las luces del cortijo cercano que se recorta sobre el acantilado, son tan débiles, que apenas se aprecian en la noche cerrada. Pronto la oscuridad total engullirá cualquier atisbo de iluminación cercana.
Rosa ha acarreado los cántaros de agua, para las tareas de la noche, desde la fuente cercana. ¡Ardua y empinada caminata! No de tanto realizarla menos cansada. Es joven, y todavía quedarán bastantes años para que esta tarea de llevar el agua hasta la casa, pueda con ella.
Agua, para el aseo de la pareja, después de la agotadora jornada en los bancales que rodean la casa; para poder saciar la sed y para poder cocinar, ese potaje viudo, que sabrá a gloria; y, para la limpieza de la casa y de los enseres utilizados durante la cena y el desayuno de mañana.

Unos pocos bancales robados a los Acantilados, y sostenidos por balates que desafían cualquier ley arquitectónica, son el sustento de la familia. ¡Bancales levantados de generación en generación, una y otra vez!
Los desprendimientos continuos en los bancales, producidos por las fuertes lluvias, hace que el mito de Sísifo, siga vigente por estos lares. Pero que hay que mantenerlos siempre en pie, para que la arboleda y la siembra, no terminen balanceándose en la orilla del mar.

Rosa va terminando de echar los últimos avíos al potaje que cuecen lentamente sobre la cocina de petróleo. 

José hace su aparición por el dintel de la puerta, sudoroso, enharinado por la tierra, que este viento infernal que nos azotó todo el día, ha levantado en nubes cegadoras; haciendo más difíciles los trabajos en los bancales.

¡Pero estos días son así! ¡Ya vendrán los días calmos donde se echará en falta, algo de brisa que refresque el ambiente!

Junto a la olla del potaje, ha puesto a calentar algo de agua para el aseo de José. 
Una vez termine de asearse, comerán despacio, en silencio, a la luz del quinqué; y tras recoger la mesa y la habitación, se irán a la cama a descansar de tan fatigadora jornada.

Mañana, la rutina, será la novedad del día.


 

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