Los delfines













 
Muy temprano, casi al amanecer se han acercado los delfines a la playa siguiendo un banco de peces. El mar estaba en calma, como “un plato”, con un azul intenso propio de los días luminosos de primavera, aunque todavía el invierno, sigue imperando en el calendario.
Los delfines se han acercado tanto, que se podían distinguir los chillidos producidos en su ajetreo. En un instante, el mar se ha convertido en un hervidero de movimientos, olas y ondas producidas por las acompasadas acometidas de los delfines. 

Era un baile totalmente sincronizado para acorralar a los peces.

Han formado tal revuelo en su intento de capturar el mayor número de peces, que han llamado la atención de gaviotas y cormoranes, que se han unido al festín organizado por los delfines. 

El cielo era un pulular de gaviotas y cormoranes reclamando las migajas del banquete que dejaban los delfines.

Pocas alternativas les han dejado a los pobres peces, que se han visto sorprendidos por mar y aire. Los que intentaban escaparse dando saltos fuera del agua, eran capturados por las gaviotas que iban siguiendo desde el aire todas las peripecias de los delfines.

Los peces, que habían salvado el cerco que los delfines les tenían organizado, y creyéndose seguros de que habían salido del peligro, eran sorprendidos por los cormoranes, que alejados de la zona de actuación de los delfines, iban capturando a tan incautos prófugos.

Los delfines lenta pero acompasadamente han ido escudriñando toda la bahía que conformaba la playa; tanto hacia la orilla, como a poniente y levante; y tras ellos, las bandas de gaviotas  cual procesión avícola en estación de penitencia.

Ahítos de tal festín, se han ido alejando hacia poniente con su parsimonia habitual, volviendo el mar a la tranquilidad inicial. Ningún vestigio quedó de la masacre que se había producido hacía un momento.

La Naturaleza retornó a su bella e idílica apariencia de primavera adelantada, y cuando fueron apareciendo los primeros caminantes admirando la belleza que se abría ante sus ojos, nada sabían ni podían imaginar, de que pocos minutos antes, esa misma Naturaleza, había mostrado su parte más cruel, pero tan necesaria y vital para la conservación de esa belleza.

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