La cabra y el mar













La fascinación por la contemplación del mar es algo que no podemos poner en duda. Su sola visión nos deja hechizado. 

Ese vaivén continuo de las olas, ese continuo movimiento, ese cambiar de tonos, esas líneas variables sobre su superficie…. nos deja la mente en blanco, transportándonos a mundos idílicos, repletos de sensaciones de absoluta calma.  Abrimos nuestra mente a los más bellos pensamientos. Quizás por que venimos del mar, en lo más profundo de nuestro ser, al contemplarlo, se abre esa fisura que nos transporta a nuestro ser primigenio; y, de vez en cuando, tenemos la obligación, como si de peregrinación se tratara, de acercarnos a reverenciar el lugar del cual  emergimos.

Nuestra cabra tampoco es ajena a esa influencia. Queda atrapada en su contemplación. Ella que siempre alerta, vigila a los cuatro costados, la posible llegada de un peligro; cuando se acerca al mar, se olvida de los peligros, y embrujada por su contemplación, da la espalda al lugar por donde puede ser sorprendida, y queda extasiada en su ensimismamiento. Ya no hay temor a posibles peligros. Sólo, la observación del inmenso mar que se abre azul, turquesa, gris..... ante ella.

¿Tendrán también esa necesidad de acercarse y contemplar el lugar de donde también emergió?



"El mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar." Jorge Luis Borges.

 

El Coloraito (Erithacus rubecula)













Nosotros le llamábamos “el Coloraito”. 

Petirrojo, o “Erithacus rubecula” desde que manejamos alguno de esos manuales de aves impresos, con todas las especies de España, Europa y norte de Marruecos, y de alguna  que otra especie rara que se deja  ver, por que alguna tormenta o huracán, las desplazan hasta nuestras latitudes.

Quizás hubiese sido más acertado haberlo llamado “el Naranjito”, pero podía haber tenido mayor confusión y hubiese sido posteriormente más complicado de utilizar , después de que ese nombre, se popularizara tras ese campeonato de fútbol del 82. 

Naranjito ya lo asociamos, los que vivimos aquella época al deporte rey;  mientras “Coloraito”, ( que se sepa, aún no ha sido registrado en el listado de nombres con derechos de autor), sigue manteniendo toda su vigencia; toda su referencia plena a ese pajarillo alegre y regordete, que llegado el invierno, hace su aparición por cultivos, jardines, parques…. y cómo no, por nuestros Acantilados.  

Era, el Coloraito, una de nuestras víctimas habituales del domingo, cuando allá por los años 60, nos dedicábamos a poner las “trampas” (o perchas), para cazar los pajarillos que nuestros conciudadanos europeos, iban engordando en sus países de origen y que después nosotros, freíamos, por docenas en, nuestro aún desconocido mundialmente, aceite de oliva virgen extra.

Después vendrían peores años para el Coloraito. El uso indiscriminado de herbicidas y pesticidas, que invadieron nuestros campos de cultivo, y que fueron acabando con gran parte de las aves insectívoras, también afectó y mucho, a nuestro Coloraito, que también sucumbió, como tantas otras especies, a esa orgía de utilización tan poco selectiva e irracional de productos químicos en nuestras siembras. 

Afortunadamente algo hemos cambiado y algo estamos evolucionando, en el recelo con que se intenta cuidar el medio ambiente. 

Va siendo la visión de esta avecilla muy habitual y generalizada; y cómo no, más abundante por nuestros Acantilados. 

Gusta de visitar las laderas interiores de los Acantilados donde la existencia de una vegetación poco densa es más propicia para sus andanzas. Rara vez, se deja de ver por la orilla de la playa, aunque deambule por zonas muy próximas a ella.

No nos cansamos de deleitarnos con su contemplación: con esa silueta gordonzuela revestida de esa gama de colores, que nos deja atrapados; con su volar rápido, nervioso e incansable en busca de algún insecto, y con todo el repertorio de piruetas aéreas para atraparlo.

El abandono de prácticas, ya totalmente prohibidas, de la caza con perchas y redes; así como la concienciación de un uso más racional y seguro de herbicidas y plaguicidas, auguran unos tiempos más placenteros y seguros para el Coloraito; y para nosotros, que seguiremos disfrutando de la contemplación de este gordonzuelo con babero naranja.

 

Araña tigre (Scytodes globula)















En nuestros Acantilados podemos encontrar de todo como en botica. Si por parajes no muy lejanos a ellos, se habla de la presencia de una pantera, por qué no iban a contar los Acantilados también, con su felino andorreando por sus parajes. Aunque, a decir verdad, dicho felino haya tomado cuerpo en un ser infinitamente más pequeño.
Carente de la envergadura y peligrosidad del felino al que hace referencia, esta araña recibe dicho nombre por sus colores negros y amarillos.
No es muy abundante pero debido a la longitud de su tela es fácilmente visible, pues ésta puede llegar a medir hasta un metro de diámetro. Normalmente encontraremos en medio de dicha tela a la hembra de la especie, fácilmente distinguible porque presenta un gran dimorfismo sexual: macho de 6 mm y hembra de 25 mm.
La araña tigre prefiere las zonas arbustivas con vegetación densa alejadas de los caminos transitados; donde se alimentará de insectos que hayan tenido la mala suerte de quedar atrapados en su resistente tela, y del que dará cuenta en cuestión de minutos.
Aunque de apariencia que impone, y pese a su nombre, que nos transmite un cierto temor; si nos picara no iría más allá del dolor que sentimos cuando nos pica una abeja; otra cosa sería si presentamos algún tipo de cuadro alérgico relacionado con los insectos.
¡Intrépido caminante, abre bien los ojos cuando pasees por los Acantilados, porque sin saberlo, estás siendo observado por un tigre!