La patirroja (Alectoris rufa)














Amanece sobre los Acantilados. El sol en lontananza va emergiendo del mar. Sus rayos empiezan a dibujar siluetas por doquier. Van apareciendo formas diversas sobre el escenario anaranjado del lejano firmamento. Las agujas de los pinos se van resaltando sobre el fondo aún oscuro del mar en calma. 

Sobre una roca oteando el horizonte canta nuestra protagonista. Reclama su trozo de Acantilado. Su canto tempranero no se ha perdido en la inmensidad del entorno. 

Es respondido, quién sabe, si por un enconado competidor, o una damisela seducida por su engatusador cacareo.

Ha reconocido en la respuesta a su posible consorte. Alarga su cuello para sacar de su interior toda la fuerza de su canto. Se desfigura en el intento, moviendo el cuello a los cuatro vientos. Se infla. Se mueve inquieta sobre la piedra. No va a desperdiciar esta ocasión. Dirige sus mejores notas hacia el lugar del que ha venido la respuesta a su llamada.

Su ansiedad es incontrolable. Da vueltas sobre el filo de la piedra donde se ha subido. Realiza intentos de arrancarse a volar en busca del amor que le ha respondido.

Pero orgulloso se pavonea aún más. Quiere impresionarla antes de acercarse y cortejarla. Se desgañita hasta  enronquecer. Aún no ha visto el momento de acercarse volando o peonando hasta su compañera. Sigue dudando.

Un sonido ronco, seco, nos ha sobresaltado en nuestro escondite privilegiado. Hemos vuelto la vista hacia el lugar de donde provenía el efímero ruido. Creíamos ser sorprendido por un reactor en maniobras mañaneras por estos Acantilados.

Cuando, repuesto de tan fugaz aparición, hemos vuelto a buscar a nuestro ensimismado galán, sólo divisamos varias plumas balanceándoses en el aire.

En el brocal de la torre vigía cercana, se ha posado un halcón que en sus garras transporta el sustento de la jornada. Presuroso, quizás hambriento, con su pico va arrancando y esparciendo plumas a los cuatros vientos.

Quizás sea su ofrenda a los dioses que tan temprano, le han dado tan grato festín.

A lo lejos, se sigue oyendo la respuesta de la amada.


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