Cogujada montesina (Galerida theklae)














Los Acantilados a pesar de encontrarse bajo las condiciones climatológicas propias del clima mediterráneo, factores concretos como la sequedad de la zona o la cercanía al mar, hacen que aparezcan ciertos espacios con un microclima semiárido, siendo este ambiente ideal para nuestra singular ave. Aunque a decir verdad, no le hace remilgos a otros tipos de medios siempre que sean abiertos.

Es una especie que está presente durante todo el año. No es que sea muy abundante en comparación con otras especies por los Acantilados, pero su presencia dispersa por distintos puntos, hace que se le pueda ver con cierta asiduidad. Le gusta posarse sobre las rocas calizas que conforman los Acantilados, y también siente predilección, por los lienzos semiderruidos de las pocas edificaciones antiguas que aparecen por el paisaje. Su mimetismo con el terreno hace que cuando están posadas en el suelo, sea difícil su localización, y no es hasta que levantan el vuelo, cuando podamos verla. Mientras que las paseriformes de menor tamaño, marinas y rapaces, suelen hacerse ver y escuchar cada vez que nos adentramos por los Acantilados, la cogujada pasa más desapercibida. Sus alistamientos son más esporádicos, aunque también tiene su momento de dejarse ver. 

Lo más llamativo en esta ave es su pequeña cresta de plumas sobre la cabeza. A veces se puede confundir con la cogujada común, por lo que es necesario verla bastante cerca para poder diferenciarla, tanto por su tamaño, como por su pico más pequeño y oscuro, o su moteado en el pecho más nítido y marcado que la común. Así mismo su canto, que es algo más suave y melódico, pero esto ya lo dejamos para los melómanos “pajariles”. 

En los ambientes cinegéticos de la zona, siempre se le ha conocido por la “cuajá”, sin diferenciar entre común o montesina; normalmente, haciendo referencia a la común, más abundante por los alrededores de las ciudades, y por extensión se denominaba a la montesina de igual manera. Actualmente, inmersos en la era de la sobreinformación, rápidamente recurrimos a la diferenciación entre ambas aves, lo genérico ha ido dando paso a lo individual, aunque sea en el ámbito avícola. Por lo que ha ido perdiendo peso el término “cuajá”, muy reducido a ambientes muy concretos.

Así que versado caminante en temas de Naturaleza, ve atento en tus caminatas por estos parajes, porque de vez en cuando, se te parecerá esta “cuajá” por tus conocimientos, rápidamente reconocerás. ¡ Que tengas suerte!


 

Las "peleas"














Bien entrado ese otoño tan particular, que se da por los Acantilados, comienzan a resonar por cualesquiera de sus rincones el golpetazo atronador del chocar de las cuernas de los machos. Hasta el momento, es la única manera que han encontrado de conquistar a los grupos de hembras que deambulan por los alrededores. Milenaria y rudimentaria manera de solventar tan delicada situación, pero que no es sólo exclusiva de esta especie. Eso de dirimir las situaciones más comprometidas a base de “peleas”, por decirlo de manera delicada, podría ser atribuible a cualquier especie; menos  la especie Humana, que a lo largo de su peregrinar por este planeta, ha sabido llegar a acuerdos amistosos en todas las situaciones amoriles, de creencias, de ocupación de territorios, de búsqueda de fuentes energéticas, etc.

La cabra montés no ha tenido esa evolución tan rápida que ha tenido el ser humano, de llegar a acuerdos hablados para solucionar cualquier disparidad de criterio que se pueda producir. La cabra montés dilucida sus desacuerdos en temas amoriles a base de cabezazos, , y desde chotos, a modo de juegos, entrenan sus cabezas para soportar el encontronazo que recibirán de mayor; cosa que los humanos ya hemos desterrado, y los juegos más populares entre nuestros infantes son más de carácter pedagógico. Apenas nuestros infantes, muestran interés por juegos bélicos, que les puedan inculcar cierta tendencia a la violencia o animadversión, hacia otros ciudadanos o etnias.
 
La cabra montés no ha encontrado aun ese camino hacia el nirvana amoril entre sus semejantes. No ha llegado a un acuerdo entre sus iguales para seducir a esa hembra apta para procrear sin necesidad de emprenderla a golpes con su adversario. No han encontrado la línea de diálogo, ni a los intermediadores adecuados que tercien en tan complicado momento. Se dejan llevar por su instinto procreador y piensan que no hay más “conj……” que los suyos. ¡Cuan lejos están aun de la especie humana”

Deberían asistir a cursos de neurociencia, de marketing, o contratar a un coaching personal que puedan hacerles desterrar tan belicosa actitud, porque muchos salen muy mal parados de tan agresiva conducta: pierden ojos, se parten narices, orejas, labios, cuernos (con los preciados que son para su autoestima), incluso algunos llegan hasta morir; menos mal, que el servicio de atención sanitaria de la Naturaleza, puede acarrear todavía, con la carga que supone tanto herido y tanto veterano de “guerra amoril” traumatizado.

Algo tendremos que hacer, deberíamos de tomar medidas, para que esta situación y esta conducta vaya desterrándose de nuestros Acantilados, tendremos que buscar o crear alguna ONG que interceda y colabore llegado tan crítico momento; y, a través de sus asesores y miembros cualificados, orienten a los machos en litigio, sobre cual debería ser la conducta apropiada. ¡Porque cuán lejos están aun de la especie humana!


 

V ANIVERSARIO















Aprovechando que ya son cinco años adulándonos con los encantos que ofrecemos a quienes nos visitan, ha sido más que tiempo suficiente, para hacernos aunque sólo sea por una vez, con las riendas de este discurso ñoño, remilgado y sensiblero al que nos tiene acostumbrado este mojigato autodenominado cronista de nuestros rincones. ¡Vaya sorpresa que se va a llevar cuando publiquemos y lea en su blog nuestros pareceres!

Estamos orgullosos de nuestros encantos, ¡cómo no lo íbamos a estar! Pero para qué sirve ofrecer tanta belleza, si quienes nos visitan, arrasan con su masiva presencia, lo que tenemos de atractivos. Estamos hasta el gorro del incesante peregrinar de romerías programadas cada fin de semana. Padecemos de los nervios con el dichoso estrés hídrico, para que además nos pisoteen incesantemente, los miles de andarines, que buscan una autofoto con nosotros de fondo. ¡Maldita gracia que nos hace sonreír en tal absurdo momento, para que el feliz caminante se vaya satisfecho, y pueda mostrar a sus allegados el lugar tan paradisíaco por el que ha realizado su andanza! ¡Y qué decir de esos locos que juegan a ser un cormorán, un delfín o un superhéroe en lomos de esos artilugios!

Cuando éstos se van, y da la sensación de que vamos a vivir unos momentos de absoluta placidez, aparecen esos otros seres tenebrosos, tanto por tierra como por mar, que no se contentan con inmortalizar su presencia por nuestros senderos y rincones, como lo hacen el resto de visitantes. ¡Todo lo contrario, para nada quieren que su presencia se visualice! Estos seres son aún más insaciables y ruines, nos van robando poco a poco una parte de nosotros, que en la mayoría de los casos, son insustituibles. Pero nosotros nada podemos hacer. Estamos a merced de estos impresentables. Aunque gritemos a los cuatro vientos este constante saqueo, da la sensación que lo hacemos en una siniestra pesadilla, en la que por mucho que nos desgañitemos, nadie nos oye, nadie acude a nuestros gritos de ayuda. 

A pesar de tan angustiosos momentos, también vivimos momentos de placidez y sosiego. Nos sentimos dichosos cuando la hierba va apareciendo por toda nuestra piel, inundando de verde, ese verde esperanza, cada rincón y cada poro de nuestros rincones. Cuando las crías de cabras saltan alocadas por nuestras laderas. Cuando esas garzas imperiales deciden hacer un alto en el camino, posándose en nuestras rocas y en nuestros árboles, después de tan fatigante jornada. Cuando ese buitre negro, algo alejado de su entorno, nos sobrevuela majestuoso. ¿Lo habrá traído su curiosidad o nuestra fama? O tal vez, ¿le habrá llegado los rumores de que por aquí podrá encontrar esos cadáveres abandonados a la intemperie por los despreciables visitantes? 

Igualmente nos alegramos, cuando esa catarata vuelve a saltar y a llenar con su ruido ensordecedor, las tranquilas aguas de ese rinconcito elegido para precipitarse sobre el mar. Cuando este fenómeno ocurre, nos sentimos felices de observar los rostros asombrosos de quienes se atreven a llegar hasta los pies de tan espectacular caída. Cuando nos sobrevuelan seres de todos los tamaños, tanto ese ejemplar de pescadora joven, como los cientos de mariposas que nerviosamente se mueven de hoja seca en hoja seca, de rama seca en rama seca, o de piedra en piedra. Los momentos tan angustiantes que vivimos por falta de agua, no han dado para ofrecerles muchas flores sobre las que posarse.
También tenemos momentos agridulces, cuando aparecen los camachuelos trompeteros,  desconocidos para nosotros, y con sólo su presencia, nos transmiten cierta intranquilidad. En un primer momento, nos dan alegría por que somos hospitalarios con cualquier visitante, pero cuando ellos aparecen con cierta asiduidad, nos producen cierta alarma, pues provienen de lugares desérticos o semidesérticos, y nos entran las dudas, de que, ¿no nos estaremos convirtiendo en el lugar adecuado para que se asienten definitivamente? Los miedos en este caso, tienen su fundamento, pues a pesar de las lluvias caídas, vamos mostrando durante la mayor parte del tiempo, nuestros colores más ocres y apagados del traje de la sequía; y esta vestimenta la llevamos luciendo durante bastante tiempo, y tiene apariencia de que está hecha con un material resistente y duradero.
No queremos abandonar la vestimenta ni la apariencia que nos han dado la fama, que actualmente tenemos, queremos que nos presten las atenciones debidas, y que si con tanta rimbombancia nos pusieron un nombre, que se actúe conforme a nuestra denominación. ¡Queremos sentirnos soberanos y seguros en estos momentos tan delicados para nuestra supervivencia!