Como cualquier Acantilado que se precie, los nuestros están formados por paredes inexpugnables que caen verticales al mar, por playas enormes y calas pequeñas, por islotes habitados por gaviotas y cormoranes en litigio por su supervivencia, por olas mansas en tiempos de bonanza, o enfurecidas cuando el temporal se presenta, rompiendo contra las paredes inamovibles de la montaña.
Sólo con acercarnos a cualquier de las atalayas naturales que se encuentra a todo lo largo de los Acantilados percibimos los valores de los distintos paisajes que aparecen ante nosotros.
En primer lugar, es innegable el valor estético del paisaje de los Acantilados. Ese sentimiento de belleza que transmiten en cuanto a diversidad, colores, texturas, tanto en su área terrestre como marítima. La armonía de la tierra adentrándose en el mar, y, el mar abriéndose paso entre las rocas, hace que su contemplación nos colme de una espiritualidad y tranquilidad inmensa.
En segundo lugar, su valor histórico, que percibimos a primera vista, presente sobre todo, en las distintas torres vigías que jalonan toda la franja litoral. Torres que dan también ese otro valor identificativo de una costa singular y convulsa, desde hace cinco siglos, que le confieren esa idiosincrasia claramente reconocible. En ellos han encontrado cobijo malhechores que se buscaban la vida con el desembarco de mercancías prohibidas. Lo que en otro tiempo, fueron mercancías de aperos, vituallas, equipos, han pasado en la actualidad a mercadear con seres humano que buscan en sus calas inaccesibles, puerto seguro para emprender una nueva travesía en sus vidas. Tampoco han faltado desertores de servicios a la patria, de países limítrofes y no tan limítrofes. Empresarios cuyas empresas habían sido nacionalizadas por regímenes contrarios a su ideología mercantilista. Por…………. Estos acantilados nunca han vivido una época de sosiego. Su orografía siempre ha invitado a las más extravagantes de las actividades, ya sean patrióticas, ilegales, mercantilistas, especulativas o lúdicas.
En tercer lugar, su alto valor natural. Enclave estratégico para la emigración de las aves en su ardua travesía hacia África. Sus endemismos, tanto florales como faunísticos. Su característica tan singular de poder observar la cabra montés, para algunos la reina de las cumbres, paseando por las distintas playas que jalonan este enclave, como si se trataran de unos veraneantes más.
Pero no debemos olvidar, que nos encontramos antes unos Acantilados muy frágiles, sobre todo por sus reducidas dimensiones y por las presiones a las que se ven sometidos. Son Acantilados muy susceptibles del deterioro de sus valores: naturales, culturales, visuales y perceptivos.
Es necesario buscar estrategias por todos, para que los valores antes mencionados no se pierdan ante tanta presión económica, urbanística y turística.
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