Este año había decidido no escribir sobre los nuevos nacimientos de cabras monteses en los Acantilados. Me parecía que era volver a repetirme sobre el tema. Pero a medida que han transcurrido los días y he ido contemplando el deambular por estos parajes de tales retoños, no me he podido resistir.
No me he podido resistir, porque con los tiempos que corren, observar en plena Naturaleza ese aire fresco de ingenuidad, alegría, sosiego y candidez que transmiten tan inocentes seres, no podía dejarlo de pasar.
No podía dejarlo de pasar, porque tal contemplación, es el revulsivo, que te insufla esa brisa de ternura y felicidad, que tanta falta nos hace en estos tiempos. El tiempo deja de tener sentido, sólo el vínculo tan intenso que podemos observar, que se ha creado entre madre e hijo, con todo lo que eso conlleva de mimos, cuidados, atenciones, miedos, te remueve algo en tu interior que hace que esos momentos ni siquiera lleguen a ser mágicos; podríamos decir que sólo son momentos naturales, los más naturales que podamos observar, sin la intervención ni la contaminación de oscuros ni aviesos intereses.
Momentos tan consustanciales reflejados en los ojos de los nuevos retoños. Esos ojos oscuros, todavía no adaptados a la contemplación del peligro, son el espejo aún sin pulir de lo que será su vida.
Ojos oscuros que van observando con candidez todo cuanto se mueve a su alrededor. Ojos que descubrirán a esos canes que se mueven en jauría mortal por todos los rincones de los Acantilados. Ojos que buscarán con ahínco los pezones de las ubres alimentadoras. Ojos que irán escogiendo las plantas adecuadas y eligiendo los tallos más tiernos. Ojos que por fin, irán tomando esos tonos y brillos de sus congéneres, formados a base de toparse una vez y otra con las cruda realidad de estos Acantilados.
Realidad y coyuntura, que si no te das prisa estimado caminante, podrás observar tal y como he querido transmitírtelo. Mientras más tiempo dejes de pasar para poder observar tan ingenuos retoños, más claros le verás los ojos. Aclarados por los golpetazos de realidad. Así que intenta verlos con los ojos oscuros, casi negros, aún velados por ese telón de la ingenuidad, que se irá izando poco a poco, a medida que los retoños se vean abducidos por la vorágine de los Acantilados.
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