Altabaca (Dittrichia viscosa)














La altabaca, olivarda, altavaca o matamoscas es una de esas plantas, al igual que otras muchas, de la que podríamos alabar sus inmensos beneficios: tanto a nivel medicinal, como en el control de plagas, como de su florecimiento durante el otoño, ofreciendo alimento a las especies polarizadoras, que durante esa época escasean; o, como absorvente de metales pesados del suelo,…..etc, etc.

Podría seguir enumerando los beneficios de tan prodigiosa planta, pero para mí, la altabaca siempre la asocié al “chumbo”.

En primer lugar, para su recolección. Levantarte temprano, antes de que el aire empezara a jugarte una mala pasada con las espinas del “chumbo”; dirigirte hacia la chumbera y empezar a recolectar los frutos, bien con unas tenazas, bien con otra hoja de chumbera, a la que previamente se había frotado contra el suelo, para quitarle las espinas que tuviera, y empezar a recoger los chumbos y echarlos al caldero. Cuando ya habías cogido unos pocos, volverlos a echarlos al suelo, en una zona donde hubiese pasto seco, y con unas cuantas ramas de altabaca empezar a barrerlos hasta quitarles el mayor número de espinas, que quedaban, bien en la pegajosa altabaca o entre las pajas del suelo. 

¡Ya estaban los “chumbos” listos para su consumo! Previo pelado de los mismos. Acción ésta última bastante importante para comerlos. Bien sabidas y comentadas son las anécdotas de los que al decirle que aquello era un fruto, no dudaron en mordisquearlos con cáscara y todo, como si de una manzana o pera se tratara.

En segundo lugar, las cajas de “chumbos” que eran expuestas en los puestos ambulante para su degustación y venta, siempre venían selladas tanto en la parte baja de la caja, como en la parte superior de una capa de altabaca. Altabaca que impregnaba de olor todos los alrededores de los puestos. Olor que aún asocio, cada vez que me llega el aroma de la altabaca, a la caja, las calles y plazas donde se situaban los puestos y los vendedores de “chumbos”.  Todas esas imágenes afloran desde lo más profundo, cada vez que la huelo.

Quizás observador senderista, cuando pases junto a una mata de altabaca, sientas el aroma de la planta que te llega oculto entre otros muchos, y no sepas dilucidar cual es el específico de la altabaca. Espero que estas líneas te sirvan para reconocerlo y te ayuden a evocar las mismas imágenes que provocan en mí.


 

Pinzón vulgar (Fringilla coelebs)













Cuando escuchamos el nombre de pinzón, se nos viene a la cabeza el famoso apellido de esos hermanos que acompañaron a Colón en su gesta descubridora. Es raro, que en nuestra mente elaboremos la imagen, al escucharlo, de una pequeña ave que se mueve por parques, zonas cultivadas y bosques de nuestros alrededores. Rápidamente, la imagen que elaboramos, es la de unos bravos marineros que lo arriesgaron todo, para emprender una empresa con final incierto.También podríamos decir que igual de bravas e intrépidas son estas pequeñas aves; por que es toda una gesta, revolotear por los Acantilados y toda una empresa heróica, no menos incierta, el sobrevivir por estos parajes, escasos de agua y de alimentos.

Hace poco tiempo fui a visitar una zona a escasos cincuenta kilómetros de nuestros Acantilados, donde se ven mirlos capiblancos y zorzales alirrojos, y pude comprobar como los pinzones vulgares se veían en bandos de diez a quinces ejemplares. ¡Qué diferencia con nuestros Acantilados! Siendo un ave tan frecuente por nuestra zona, les pasa un poco como a los humanos pero al revés. Frecuenta las zonas del interior, y deshabita las zonas costeras. ¡Paradoja de estos tiempos! Los humanos se asientan en la costa y las aves se van asentando en el interior.

En los Acantilados los podemos ver en los linderos entre las zonas “cultivadas” y los pequeños bosques de pinos. Tanto en el arbolado abandonados de los cultivos, como en las ramas de los pinos circundantes. Pero como mejor podemos detectarlo, es por su canto. Es de perogrullo. Al ser escasos, es normal, que los escuchemos antes de que los veamos. El dimorfismo es muy acentuado en el pinzón vulgar. Cuando vemos posado en cualquier rama, a un ejemplar macho adulto con todos su colores de gala, ya es difícil que no nos acordemos de qué pájaro es. Sus tonos naranjas del pecho y su cabeza azulada hace que resalte como semáforo en noche cerrada y desierta de una gran ciudad. Las hembras por contra, presentan unos colores más discretos, pero no por ello, son menos elegantes que sus congéneres masculinos. La Naturaleza que es sabia da cabida a todas las combinaciones: parejas con dimorfismo o sin dimorfismo.

Así, que audaz e intrépido caminante que sueles adentrarte por estos Acantilados como “Pinzones”, descubriendo estos parajes; o como “Robinsones”, perdiéndote por unos días por sus apartadas calas; quizás veas a estas avecillas merodear por tu alrededor y puedas distinguirlas por los datos que te hemos dado, pero mejor que te fijes en las fotografías que te sacarán de cualquier duda. ¡Que su canto te entusiasme y sus colores te atrapen!


 

Salamanquesa (Tarentola mauritanica)













La salamanquesa, como todo reptil que se precie, provoca en los seres humanos esa dualidad de asco y admiración. Todos sabemos de la animadversión de los andaluces a la “bicha”, reptil odiado y temido por muchos. Pero la salamanquesa, se encuentra en ese límite, que cada vez tira más hacia la admiración y respeto para su conservación. Atrás quedaron los tiempos en que se mataban por miedo, desconocimiento o simple incultura, de no saber de la importancia que juegan en el control de insectos. La salamanquesa ha pasado a ser un reptil de culto y admiración. Las podemos ver en tiendas de souvenir, para decorar las paredes, o en las solapas de chaquetas y abrigos en forma de complemento decorativo. Podríamos decir que actualmente, corren buenos tiempos para la salamanquesa; pero la verdad, como está pasando con la fauna en general, su población tampoco se ve que aumente considerablemente.

En los Acantilados, como es normal, las pocas salamanquesas que he podido contemplar, están asociadas a las construcciones humanas, sean recientes o abandonadas, que se ven dispersas por estos parajes. Pero no en gran número, prácticamente un sólo individuo y no en todas las construcciones. 

De todas ellas, le tengo mucha simpatía a una salamanquesa en concreto. ¿Qué le hace ser diferente a este ejemplar del resto de las contempladas? Todos tenemos en nuestras retinas, la imagen de la salamanquesa adosada horizontalmente a la pared, como si de una pequeña estatua se tratara, mi salamanquesa favorita, tiene la costumbre de tomar el sol verticalmente. Aprovecha la pared lateral de su hueco para ponerse verticalmente y estar en esa postura todo el tiempo necesario. Podría adoptar la postura normal, de todas sus congéneres, pues tiene espacio y lienzo de la pared para hacerlo, pero cada vez que paso por su lado, la encuentro en la misma postura. Ojo avizor a cualquier movimiento, para rápidamente esconderse en los profundo de su agujero. Ya he convertido todo un ritual, cada vez que paso, ir a visitarla, y si puedo acercarme todo lo que pueda para sacarle una instantánea. Hay veces que está dormida y extasiada, y la aproximación es muy cercana, pero la mayoría de las veces, no deja que el acercamiento se produzca.

Así, que observador caminante, te dejo algunas instantáneas de las pocas salamanquesas que he observado por estos Acantilados y te dejo algunas pistas para que puedas, si das con ella, contemplar como lo hago yo, de mi “favorita”. Acércate despacio, no hagas ruido, ni movimientos bruscos y disfruta.