Dardo de Venas Rojas (Sympetrum fonscolombii)














Los Acantilados a medida que los va conociendo, y te vas adentrando en cada uno de sus pequeños ecosistemas, no dejan de sorprenderte. Son constantes las alusiones que realizamos a la sequía constante que padecen y de los pocos recursos hídricos con los que cuentan, sobre todo a nivel superficial. Pero hay que reconocer, que los límites externos de los Acantilados hacia el interior están surcados por cuencas hidrográficas de pequeño porte, pero con caudales constantes durante todo el año, a pesar de las pocas precipitaciones. Incluso algún que otro manantial, que surge a escasos metros del mar, realizan su pequeña aportación de agua dulce al inmenso medio marino. 

Quizás fruto de estos aportes de agua dulce, podamos ver, eso sí, algo alejados de su medio acuático a estos “dardos de venas rojas”. ¡Cuánta importancia tiene el momento histórico en el bautismo de la especie! Actualmente, a nadie se le hubiese ocurrido ponerle “dardo”, a un animal que tiene toda la pinta de un helicóptero. ¿O helicóptero viene de la imagen de rotación de las alas de las libélulas?

Ya estoy otra vez metiéndome en un berenjenal lingüístico del que me va a costar salir.

Bueno, esta libélula con comportamiento de helicóptero pero de nombre “dardo” aparece de forma ocasional por estos secos Acantilados. Pueden venir, de los cauces de los ríos cercanos, donde pasarán como ninfas gran parte de su vida; o, de la infinidad de albercas de riego diseminadas por todo el entorno. ¡Ya tiene que tener necesidad de salir del entorno verdoso y fresco de los cauces, como para adentrarse en los Acantilados! Realiza sus maniobras aéreas por las zonas más agostadas, posándose de ramita en ramita para intentar, difícil tarea, atrapar esos pequeños insectos con los que alimentarse. Despegan y aterrizan con enorme precisión sobre la planta elegida. No tienen problemas, ni de distancia, ni de estrechuras para pararse. Es tan perfecto su GPS que realizan las maniobras más inverosímiles para salir huyendo ante el menor peligro detectado. Su visión, normalmente es fugaz, lo suficiente, como para si llevas muy a mano los artilugios fotográficos, captar esa instantánea que deje constancia de su estancia por estos lugares. La tarea no es nada fácil pero, aliados con esa benefactora señora que es la suerte, todo se puede conseguir.

Así que perspicaz caminante, que la benefactora señora te eche una mano en tus andanzas por estos parajes, y que puedas contemplar, como lo hemos hecho nosotros de esta visión de dardo o de helicóptero.

La cuerda











Me parece que jamás te has percatado osado caminante, que de una de las paredes más verticales de nuestros Acantilados, pende desde hace decenios una cuerda abandonada a su suerte. Años son los que lleva desplegada y enmarañada, a partes iguales, esta vieja cuerda que alguien dejó abandonada. Su constante exposición a las inclemencias aún no la ha descompuesto, pero tiene todo la pinta de que para nada puede utilizarse ya para lo que fue hecha. ¿Quién se dejaría una larga cuerda abandonada a la intemperie de los Acantilados? Echemos a volar la imaginación e intentemos buscar una solución a tan insólito enigma.

En primer lugar, por el sitio donde se halla, lo más normal es que neófitos escaladores de la década de los noventa, aún sin mucha formación trepadora, la perdieran en su intento de escalar una de las paredes más emblemáticas de estos Acantilados. Quizás en ese primer intento, viesen las dificultades que se presentan en la escaladas de cualquier pared de esta zona. La roca de las paredes está muy descompuesta, y el peligro de una caída de rocas, o el agarre inseguro en la vía está a la orden del día. De echo, pocas vías de escalada se han abierto en sus verticales muros. ¡Intentos, los ha habido, como veremos en alguna futura entrada de este blog! 
Cuando te adentras por los terrenos más verticales de estos bellos parajes, siempre tienes la sensación de que está adentrándote en una gymcana de piedras sueltas. Hay un peligro constante de que la piedra que estás pisando se desprenda y acabes bañándote sin pretenderlo en algunas de las calas cercanas. Prueba de la fragilidad del terreno, son los constantes accidentes que la misma cabra montés tiene en su deambular por sus escarpadas paredes. ¡Algún que otro choto ha caído al vacío! ¡La selección natural!

Otra segunda hipótesis de por qué la cuerda se halla en tal lugar, podría ser la presencia de aviesos buscadores de nidos de rapaces para su singular actividad de cetrería. Estos inexpertos escaladores pero temerarios visitadores de las paredes verticales, sin formación alpinística alguna, pudieron haberse encontrado en una disyuntiva complicada que hizo que tuvieran que dejar abandonada la cuerda sin ser capaces de solucionar algún problema de índole técnica que les surgió durante su furtiva escalada.

Me inclino más por la segunda hipótesis, pues conocía bastante bien el ambiente de los escaladores de aquella época, y si algo no les sobraba, a los pocos “locos” que trepaban por las paredes aquellos años, era el dinero como para dejar abandonada una costosa cuerda en una pared. Si en un primer momento por cualquier motivo hubiesen dejado la cuerda allí, seguro que hubiesen vuelto para rescatar tan valiosa prenda.

Así que intrépido caminante, si te sobra algo de tiempo, cuando vayas de ruta por los Acantilados y por casualidad llevas esos prismáticos que andaban perdido en algún cajón, atrévete a encontrar tan longeva cuerda. Si la encuentras, no lo dudes, haznos llegar un selfie de tal hallazgo.


 

Olivilla común (Cneorum tricoccum)














Ya estamos otra vez con los dichosos “nombrecitos” a las plantas, intentando poner en evidencia su dudosa paternidad. Está claro, que de nuestra “olivilla” no se puede sacar un aceite tan renombrado, agasajado y exaltado como el que consumimos de su homónima oliva. Pero referencias hay, de que a nuestra olivilla también se le ha utilizado, para la obtención de aceite. Empezamos mal, con despreciarla llamándola “olivilla”, ¡vaya con el diminutivo! Pero, llamarla también “el olivo de espurio”, eso ya es pasarse. Me imagino que todo proviene de que todavía los estudios moleculares de la época no estaba muy adelantados; y claro, vieron a nuestra “olivilla” con esas hojas alargadas, esos frutos con una carilla de aceituna casi sequilla, como las que venden en los mercados de Marruecos hidratadas, y dijeron: esto es una aceitunilla (en Málaga), olivilla (en el resto de las provincias), y ya de camino como se le parece a un olivo pero no lo es, pues le ponemos “olivo bastardo”. Sin saber que nuestra “olivilla” llegó aquí hace unos seis millones de años; mucho antes de que a Hércules se le ocurriera ponerse a trabajar y terminara como si eso fuera una obra cualquiera, abrir el Estrecho de Gibraltar. Tampoco sabían de que estaba más emparentadas con los cítricos y rudas que con los óleos. Si lo hubiesen sabido, ya podríamos imaginarnos los nombrecitos: “naranjilla” y “el cítrico de espurio”.

Pues no le basta cargar con su dichoso nombre, si no que además, por llegar hace tanto tiempo y en unas condiciones casi parecidas a las que vamos, como esto no lo pare alguien, ha quedado reducida a poblaciones relícticas muy amenazadas por la transformación y ocupación de su hábitat por la colonización urbanística de todo nuestro litoral. ¡Vaya suerte! Mientras su primo de nombre, pavoneándose, se extiende por miles de hectáreas por toda nuestra geografía; ella, solo disfruta de unas cuantas hectáreas donde poder sobrevivir a duras penas, y al ritmo que vamos…… cualquiera sabe, dónde terminará.

Tiene el triste honor de ser considerada a nivel andaluz como “muy rara” y ha entrado en el panteón de los elegidos como especie en “peligro de extinción”. Ella, con lo de tiempo que lleva aquí; al final, llegará más pronto que tarde su fin. Se quitará de encima, por lo menos esas lozas de nombres que lleva a cuesta. Pero siempre la recordaremos cuando nos pongan un “platito” de olivas en el aperitivo, y mientras las vamos saboreando y poniendo sobre el plato los “titos” sobrantes, le iremos contando que hace tiempo hubo por nuestras costas otra olivilla que provenía de la región Irano-Turania, que corrió peor suerte que ellas.

Sólo te pido una cosa, audaz, temerario y discreto caminante que te adentras por los intrincados senderos de estos Acantilados. Si por casualidad te encuentras con nuestra protagonista, llámala “olivilla”, pero por favor no le digas “olivo de espurio”.