Este arbusto de la familia “Cupressaceae”, primo por lo tanto de cipreses y sequoias, tiene su espacio también en nuestros Acantilados.
Desde un punto de vista de tamaño, nuestro jinebro es de porte más bien bajo por tratarse de un arbusto, aunque pueden observarse, escondidos entre pinares, ejemplares con porte arbóreo.
Le gusta las laderas noroeste de los Acantilados; aquellas laderas, que retienen más la humedad y donde el sol realiza leves visitas para descansar.
No es un arbusto de llamativas hojas, sus pequeñas hojas puntiagudas, presentan una línea blanca en el centro, y están agrupadas de tres en tres.
Tampoco sus frutos son de llamar la atención; redondos, del tamaño de un guisante, al principio son verdosos pero a medida que van madurando se van volviendo morados-verdosos para acabar con un tono azulado.
Sus frutos, son muy olorosos; utilizados para la elaboración de la ginebra; como habréis podido deducir, del título del artículo.
¡Qué pocos saben de esta paternidad del jinebro!
Se cree que fueron los holandeses quienes fueron los primeros en elaborarla. Aunque se lo agradecemos, porque a pesar de que tenemos una marca de ginebra de fama mundial; mantenemos esa envidia, nada sana, de no haber sido nosotros los primeros descubridores de tan consumida y venerada bebida.
Arbusto de abundantes propiedades, y alguna que otra contraindicación, a duras penas, como las demás especies, subsiste en tan difícil medio.
Las calores y sequías constantes están haciendo estrago en la población de este arbusto, que se agarra a la humedad cercana del mar para perpetuarse. Pequeñas manchas o ejemplares solitarios de enebro, se esparcen por los rincones de los Acantilados.
Caminante, en tus paseos por estos frágiles Acantilados, piensa en cuantos gin tonic, te habrás bebido, sin saber que esa ginebra tan exclusiva y elitista que has pedido en un bar de copas, se debe gracias a este humilde jinebro.