La ardilla (Sciurus vulgaris)
Chamaeleo chamaeleon
Este animal prehistórico, relegado a unas cuantas áreas del Sur, ha estado muy ligado a nuestra niñez. Desde pequeños hemos conocido y tenido conciencia de la existencia del camaleón. El camaleón era una especie habitual en nuestras vidas, sobre todo, cuando paseábamos y jugábamos por los olivares que rodeaban la casa de mi abuela, rebosantes de aceitunas; y, también de camaleones. Visiones más vanguardistas del entorno, hicieron desaparecer los olivares, las aceitunas y los camaleones.
Con nuestros ojos de niños, e ideas de adultos, cuando encontrábamos algún camaleón desaparecía cualquier atisbo de juego, y el camaleón se convertía en el foco de nuestra atención por unas horas; algunas veces, por qué no hay que decirlo, llegábamos al maltrato y ensañamiento con algunos ejemplares. Entonces no éramos conscientes de conciencia ecológica alguna.
La admiración que sentíamos era una mezcla de miedo y curiosidad por ese ser tan prehistórico, lento y raro, que en cualquier momento, podía sacar esa lengua larguísima parta atrapar a su presa; y que en nuestras mentes, siempre anidaba la idea de que se podría adherir a nuestros dedos, y tener serias dificultades para soltarlos. Nunca ocurrió tal cosa. Pero el miedo siempre estuvo ahí.
Para nosotros era habitual jugar con ellos cuando los descubríamos en su lento peregrinar por los olivares; o cuando íbamos a cazar “cigarrones” para darles de comer a la pollada de mochuelos que nuestro tío Enrique nos traía del campo para que los criáramos. En más de una de esas cacerías nos topábamos con el parsimonioso camaleón, qué rápidamente pasaba a ser el centro de nuestra atención.
Cada vez más se ha ido alejando el camaleón de nuestras vidas, a la par que se ha alejado la naturaleza de nuestras ciudades. Aunque están presentes por todos los alrededores de nuestra ciudad, nunca los había visto por los Acantilados, a pesar de que siempre que llegaba la primavera y me adentraba por los reductos de olivares que quedan, he mantenido alerta todos los sentidos, para ver si me encontraba algún ejemplar por estos parajes. Pero nunca tuve la suerte de divisar a ninguno…… hasta hace unas semanas, cuando en la búsqueda de las primeras orquídeas de la temporada, sobre los tallos de unas matas bajas, avanzaba lentamente buscando los primeros rayos de sol, un pequeño camaleón.
La sorpresa fue mayúscula por que encontraba al primer camaleón de los Acantilados en la zona, para mí, menos propicia; entre las matas bajas de un pinar.
Valga este reportaje para contemplar a este ser maravilloso, único representante en Europa de su especie y único reptil europeo con hábitos arborícolas, y con el que nosotros tenemos el privilegio de compartir territorio.
De vez en cuando, cuando bajéis a la playa, abrid bien los ojos, por que quizás tengáis la posibilidad de toparos con este ser excepcional.
Prunus dulcis
Con el almendro cerramos el triángulo, de árboles simbólicos de la cultura mediterránea, conformado por: el olivo, el algarrobo y nuestro venerado, excelso y escaso protagonista en los Acantilados.
Árbol de procedencia asiática, al igual que tantos otros, se cree que fueron los fenicios quienes lo introdujeron por nuestras costas. Perdura por nuestra comarca en zonas cada vez más limitadas, pero que son dignas de visitar a finales de enero para poder contemplar la explosión de colorido, que representa su temprana floración.
Este prunus dulcis, venerado por los atenienses, que danzaban alrededor de él en honor de los amantes Fílide y Acamante; pues según cuenta la leyenda Fílide, princesa de Tracia, estaba enamorada de Acamante, hijo de Teseo que había ido a combatir en Troya……………………
Como decíamos, el prunnus dulcis, ha quedado relegado a las fincas adyacentes al Paraje Natural; pues dentro del mismo, los pocos ejemplares que quedan, se encuentran en fincas casi abandonadas, donde su supervivencia queda muy cuestionada.
Abandonadas las tareas agrícolas dentro del Parque, el almendro junto con el olivo, han sido los árboles más afectados, por dicho abandono y por los extensos períodos de sequía.
Los pocos ejemplares que quedan, presentan todas las gamas de enfermedades; y, están tan deteriorados, que tienen los días contados.
Atrás quedaron las laderas salpicadas de destellos blancos a comienzo de febrero, laderas pictóricas llenas de colorido y vida.
¡Qué poco hemos sabido explotar tanta a belleza en pleno invierno! ¡No como en otros lugares donde la floración de determinados árboles se sigue al minuto, para contemplar tan grato momento!
Cuando grupos de visitantes y senderistas recorran sus sendas dentro de pocos años, no tendrán ni la más remota idea, de que por estos Acantilados, proliferó también, uno de los árboles más preciados de la cultura mediterránea, traído del otro extremo del mar, y que sus frutos, siguen siendo la base de la repostería más tradicional de la cuenca mediterránea.
Quizás nuestros Acantilados fueron la puerta de entrada a dicho fruto; ahora, totalmente despejada de ejemplares, que en tiempos inmemoriales la franquearían.



































