El algarrobo (Ceratonia siliqua)











Cuán injustos estamos siendo con este sorprendente y milenario árbol. Decimos sorprendente, por que su existencia a lo largo de la Historia, ha sido relevante y de capital importancia. Sí, relevante de esa, intrahistoria, como decía Unamuno, escrita con mayúscula. No de ésta otra, chabacana y vacía que nos está tocando vivir. 
El algarrobo, junto con el olivo y el almendro, tan revalorizados actualmente, han conformado el eje de la civilización mediterránea.
Este árbol ha sido valorado y reconocido en todas las épocas; estando presente en todos los ámbitos de la vida. Prueba de ello, es su presencia en la mejor obra de la literatura universal: “El Quijote”. Ya su autor hacía referencia, en el libro segundo, a su importancia en la dieta de aquella época: “….. solo traigo en mis alforjas un poco de queso, tan duro que pueden descalabrar con ello a un gigante; a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces,…….
Tampoco, Juan Ramón Jiménez, lo deja en el olvido, nombrándolo en su novela Platero: “He parado a Platero a la vuelta del camino, junto al algarrobo que cierra la entrada al prado…”
Todo en este árbol ha sido aprovechado, cual cochino leñoso. Sus semillas dieron nombre a la medida que actualmente seguimos utilizando, para el pesaje de los metales preciosos: el quilate.  
Podríamos seguir haciendo un panegírico de nuestro protagonista y de su presencia en escritos y manuales a lo largo de la existencia humana. La realidad es bien distinta actualmente. El algarrobo en nuestros Acantilados, y en nuestro entorno, se encuentra en un total ostracismo. 
El algarrobo diseminado por los Acantilados sobrevive a duras penas a las continuas épocas de sequía que se van sucediendo. Si a eso añadimos el abandono absoluto de las pequeñas parcelas, el algarrobo sigue aún presente, por estos terrenos, por su robustez y su adaptación a lugares de pocas lluvias.
Esta “ceratonia siliqua” y la “capra hispánica” van estrechando lazos cada vez más fuertes; quizás, por que van teniendo vidas semejantes y paralelas: después de épocas de esplendor y de cierta importancia han caído en el abandono más absoluto. 
Pero, estas especies se van simbiotizando y no necesitan de nadie para que les de a cada una, su importancia y su relevancia. 
La ceratonia siliqua, de cuerno, por la forma de sus frutos, le sirve el alimento primordial e indispensable, en los meses duros de verano, a su compañera “ceratoniana”, con cuernos, que los recibirá como maná, nunca mejor dicho, caído del cielo; y ésta a su vez irá recogiendo con sumo agrado, dichos frutos tan olvidados y relegados en nuestra cultura actual, y que gracias a ellos, se salvará de la inanición en los meses más duros de estos Acantilados.
Parece ser, que está resurgiendo el interés por el algarrobo y se auguran nuevos tiempos para el reconocimiento que siempre ha tenido; si esto es así, su tocaya “ceratoniana” será la primera en percibir y lamentarse de tan agorero y brillante futuro.
 Entonces, ya sólo quedará una especie abandonada y relegada a su suerte por estos Acantilados.


Papamosca gris (Muscicapa striata)
















Es una de las aves habituales durante la época estival por nuestros Acantilados. Aparece por el mes de abril, junto con su hermano el papamoscas cerrojillo, aunque éste último seguirá su rumbo hacia tierras más septentrionales, y nos abandonará por el mes de septiembre. Sólo estará presente en nuestros Acantilados durante la época de cría.
Su hábitat preferido en los Acantilados, son los bosquecillos de pinos, donde a finales de mayo empezará la construcción del nido, y hará su primera puesta; pues, puede darse el caso de que nuestro visitante estival realice otra segunda puesta. Será a finales de julio cuando los pollos abandonen el nido y se busquen la vida por sí solos.
Nuestro Papamoscas es una especie eminentemente insectívora, aunque en ocasiones no haga ascos a alguna que otra fruta. Posado en cualquier rama, valla o seto, acecha a los insectos desde tan privilegiados lugares, para con un vuelo veloz y corto lanzarse sobre el insecto divisado que cazará al vuelo, para volver al mismo posadero.
Es una especie que tolera bien la presencia humana, dejándose de ver y contemplar; en algunas ocasiones, cuando los pollos están volantones, podemos verlos de cebarlos, erguidos en cualquier posadero. 
Al principio, cuando lo vemos en la distancia, podemos pensar que se trata de algún gorrión más acostumbrado a la presencia humana; pero cuando nos vamos acercando contemplamos su tonos grises y su tenue listado en cabeza, pecho y garganta, y nos damos cuenta que estamos  ante la presencia de este Papamosca, que con sus tonos tan discretos pasa desapercibido la mayoría de las veces.
Es un ave solitaria, que volverá cada año al lugar donde crió, y del que seguiremos disfrutando verano tras verano por estos Acantilados, tras su vuelta de tierras tropicales africanas.